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Mirar afuera, mirar adentro

Publicada

 (Foto: Kirsty Pargeter)

 

«Ella está allá afuera, estableciéndose, sola, en una extraña galaxia, y tal vez se prepara para una larga siesta, a la luz de nuestro nuevo sol, en nuestro nuevo hogar».
Interestelar, escena final

 

Escudriñar el firmamento recostado mirando la bóveda estrellada es quizá una de las escenas más vistas en el terreno de la evocación de la imaginación. Es el justo retrato de una de la sensaciones más humanas existentes, la idea de nuestra propia insignificancia ante el universo, la noción misma de que existe algo que nos supera. Ya los antiguos griegos, mayas y egipcios lo habían experimentado, cada uno a su modo, con sus particulares conclusiones.

«El Espacio» / Café Tacvba

Es en esta pulsión donde nacen dos actividades humanas que en la marejada actual parecerían contraponerse: la ciencia y la espiritualidad. Ambas dan sus propias respuestas al misterio de la vida, a la necedad de la existencia, al imperativo de nuestra misión en esta dimensión.

Son los científicos, los que de alguna manera han dado las respuestas más complejas, —de ahí quizá que la religión y las creencias ocupen un puesto más alto en la lista de éxitos de la humanidad—, son sus teoremas los que han permitido al hombre ser expulsado de este Planeta Azul, para explorar y tratar de llegar más allá de nuestros límites.

«Looking for Astronauts» / The National 

El espacio exterior ejerce una poderosa seducción en la curiosa mente humana, pero nuestros esfuerzos apenas han significado poner el pie en la luna y mandar pruebas de nuestra existencia más allá de nuestro sistema en armatostes que en alguna centuria podrían no ser más que chatarra sideral.

Es 2017 y los pendientes son infinitos pero esperanzadores: hablamos de llevar a los humanos a Marte —tanto en iniciativas privadas como gubernamentales—, de establecer una base en nuestro satélite —según los planes de varias agencias espaciales—, de iniciar un lucrativo negocio en el turismo espacial, y mejor aún, de planetas con la posibilidad de albergar una atmósfera similar a la nuestra  —nuevos sitios para destruir, dirán los ambientalistas—, y la de cosas que nos restan por descubrir.

 

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«The Moon Song» / Karen O 

El idilio de nuestra razón con lo desconocido en el cosmos profundo ha sido además motivo de inspiración para los creadores: nebulosas, agujeros negros, asteroides, astronautas que no vuelven a casa e incluso, perras que se convierten en astros, pululan en canciones y escritos.

«Laika» / Mecano

Lo paradójico, y a la vez fascinante, es que esta necesidad de mirar hacia afuera, con frecuencia puede generar el efecto contrario y conducirnos a la introspección, a la búsqueda interior de nuestra causa primigenia, o simple y llanamente, a la reflexión de lo cotidiano (¿debo cambiar de trabajo?, ¿me conviene esa chica?, ¿cómo le hago para ser feliz?).

Es un ejercicio recomendable, buscar un paraje solitario y alejado de la deslumbrante urbe, en una noche despejada, de esas de abril, con la luna apenas creciendo o ya menguando, en las que el cielo oscuro padece viruela de estrellas; probablemente encontremos soluciones o mucho mejor, ampliemos nuestras dudas, y acabemos reconociendo, con cierta desazón (como lo hace uno de los personajes de Christopher Nolan en su filme Interestelar), que la respuesta está ahí, pero no hay cómo verla. No todavía.

 

«Lost in Space» / Aimee Mann

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