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Sueño, mente, cuerpo

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«Dicen que los sueños son reales mientras duran, podrían decir lo mismo de la vida».
Oneironauta / Waking Life (Dir: Richard Linklater)

 

Leí en la niñez, en algún lado, que la sensación que tenemos en ocasiones de caernos de la cama no es más que el desprendimiento de nuestra alma a punto de iniciar el viaje astral de la ensoñación, el cual hacemos cuando dormimos. Creo que entonces me parecería bastante lógico (y poético), por lo que durante muchos años lo creí.

 

 

No fue sino hasta que conocí un poco más de los procesos de la mente, ya más mayor, que supe que esa sensación de caída inminente no es más que una disociación entre un cuerpo relajado y un cerebro aún activo, que se le conoce como «parálisis hipnagógica». Aun así, ese impulso simple y creativo, que nos impulsa hacia lo fantástico, a veces nos inclina a la primera solución, que alimenta la capacidad de construir relatos fascinantes, aunque sepamos que no son ciertos.

 

Los sueños, ese desatado reino salvaje de nuestro subconsciente, nos han acompañado por toda nuestra vida, para algunos son mensajes de características casi místicas, para otros reflejos de nuestras preocupaciones, anhelos y ansiedades cotidianas. Allí siguen, sin darle tregua a las siempre combatientes neuronas.

 

Soñamos que volamos, casi diría que es regla general —aunque en mi caso, las ocasiones en que ocurrió casi más bien era como flotar y dar grandes saltos controlados—; soñamos que nos persiguen, ya sea un animal feroz o hasta la policía; soñamos con nuestra muerte o la de nuestros seres queridos; soñamos con los ausentes y los traemos a nuestro lado; soñamos con el amor de nuestra vida o al menos con nuestra pasión inmediata; soñamos, peor aún, después de un día de agotador trabajo, que seguimos trabajando.

Están aquellos que dicen que se percatan en el sueño de que todo es un sueño; están los shakeasperianos que juran que estamos hechos de la misma materia de la que están hechos los sueños; están los que interpretan los sueños —ahí está el José bíblico o las pulsiones sexuales de Freud— y los que los atrapan.

 

 

 

De acuerdo a ciertos estudios, poseemos unas neuronas que inhiben las alucinaciones en el mundo tangible, mismas que se anulan durante la etapa del sueño REM,  lo que nos hace percibir como real lo que vemos, por más disparatado e irrespetuoso de las leyes físicas nos parezca.

 

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Borges, un obsesivo de los sueños, escribió ensayos y cuentos con el tema, y le dedico también un poema, renegando de la madrugada que lo extraía del mundo onírico y del despojo de un don inconcebible.

 

No somos más que nuestro cerebro, nos argumenta Francis Crick, tanto en el mundo consciente como en las profundidades del abismo ensoñador, una extensa red de conexiones neuronales, definen nuestra identidad. Soñar no estaría, por tanto, fuera de nuestra lugar en el mundo. Soñar es ser tú mismo ya sea dormido, ya sea despierto, otra manía que se desarrollaba en los viajes en camión o en la soledad hasta antes de la invención del smartphone.

 

Seguramente estamos lejos de tener un diccionario de los sueños, la interpretación y manipulación de los mismos depende de nuestros propios códigos simbólicos, relaciones y experiencias. Soñar es la capacidad de hacer cualquier cosa allí adentro, así que carpe diem… et noctem.

 

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