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Ciudad Erótica

Dios se corrió en un restaurante

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Autor: Apollonia Saintclair

Dios se corrió en un restaurante…

“JC” entró al Carl’s Jr. de Avenida Clohutier. Ricardo lo reconoció; usaba una gorra de los Charros y lentes negros; la piel presentaba un saludable bronceado—como si hubiera estado en las Bahamas surfeando—; de cabello largo y la barba castaña, su rostro parecía el de un neandertal, nariz ancha, ojos hundidos, dentadura y mandíbula deforme; bajo su playera podían notarse abdominales.

“Es la clase de simio que las mujeres aman cogerse para luego desecharlos y presumir con sus amigas”, pensó Ricardo; observó aproximarse al recién llegado.

Éste se acercó, despreocupado, a la mesa; con voz suave y agradable extendió el brazo y saludó a Ricardo que tomaba un refresco en uno de esos vasos enormes color blanco del restaurante.

—¿Qué hay? ¿Ricardo, verdad hermano? Soy Jesucristo, pero todo mundo me dice “JC” por qué, dicen, me parezco a Juan Carlos Leaño—.

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Autor: Apollonia Saintclair

Autor: Apollonia Saintclair.

Mi tercera venida

Ricardo lanzó una carcajada.

—¡No mames!, ¿el de los Tecos de la UAG, “JC”? ¿de verdad? —, meneó la cabeza riendo de nuevo.

—Sí, men. Ése mero—, acotó “JC”. Tomó asiento desparramándose en la silla frente a Ricardo y miró a su alrededor con aire deferente, luego habló.

—Hermano, durante mi tercera venida yo trabajé en uno de estos. ¡Qué cosa!—, comentó.

—¿Ah sí? ¿Tercera venida?—, preguntó Ricardo.

—Sí. Siempre que entro me da un hambre loca, bro—, respiró profundamente y asintió con agrado “JC”.

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—Pide algo de comer, te espero—, le animó Ricardo; tomó una mochila que tenía en el suelo y la puso sobre sus piernas.

—¿Estás loco, hermano? No comería esta basura ni, aunque me pagaran, y me pagaban—, de su boca salió disparada una carcajada que sonaba como cuando uno arrastra los pies sobre hojas secas. Rio unos segundos y palmeó la mesa.

Dos chicos junto a ellos se giraron y les observaron, arrugaron la nariz, se levantaron para cambiar de mesa; Ricardo escupió con desagrado, le enfermaba lo snobs que podían ser algunos tapatíos.

Jesucristo paró de reír.

Una locura

—¿Lo tienes ahí, hermano?—, le interrogó con ansiedad “JC” y señaló con su barbilla la mochila.

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—Sí—, la palmeó Ricardo. La abrió con cuidado y dejó que “JC” mirara dentro.

—¡Bien!—, musitó con voz cantarina el tipo; asintió con gusto y singular alegría; como si la vida fuera buena y sonriera a los que la aman y son buenos patriotas.

Ricardo cerró la mochila y, con disimulo, se giró en su silla para cerciorarse si alguien les observaba. En el restaurante cuatro mesas estaban ocupadas. Era una hora tranquila; la gente decente, el buen ciudadano, se ocultaba en casa, la oficina o escuela. El tráfico en Patria era el caudal de un río de agua pesada y negra lleno de basura que corría continuo e insulso.

Ricardo rompió el silencio.

—Esto no fue fácil de encontrar “JC”. Es más, nunca creí que una palabra pudiera destilarse y crear algo como esto. Como dijiste por teléfono: “el verbo se hizo carne”, no pude creerlo. Lo probamos, es fuerte, ¿qué rayos? Es una locura. Eso me recuerda: más vale que tengan el dinero—.

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Autor: Apollonia Saintclair

Autor: Apollonia Saintclair.

El Universo

“JC” asintió y habló con voz seductora, tranquilizadora; parecía un maestro rabo verde, de esos que le gusta hablar a la estudiante de universidad mientras mira sus largas piernas descubiertas que terminan en minifalda.

—Hermano, se les pagará; esperaremos a mi novia Dalila, ella tiene el dinero; si me preguntas: yo no creo en las posesiones terrenales; ésa en la voluntad de mi padre. Viejo, sabía que ustedes podrían hacerlo—.

Ricardo tomó un poco de refresco y le miró con desgana.

—“La voluntad de mi padre, posesiones materiales”. ¿De qué mierda hablas? Trabajabas en uno de estos lugares; todos necesitan dinero—.

—No, no hermano. Es lo que tú crees (lo que otros te han hecho creer), no te dejes engañar. El universo nos alimenta, el hombre no vive sólo de pan de hamburguesas y papas fritas. Además, como decía el buen Johnny, “en la casa de mi padre hay muchas mansiones”, viejo, yo no necesito un trabajo, vivo bien—.

Ricardo estaba hartándose de la charla, sin embargo, debía esperar con aquel espantapájaros, necesitaba el dinero. Suspiró, “¿ya qué?”, pensó.

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—¿Entonces para qué trabajaste aquí?—, inquirió y dio otro trago a su bebida.

Ve por ti mismo

“JC” meneó la cabeza e hizo un ademan de negar con la mano para no darle importancia.

—Padre quería que aprendiera el valor del trabajo, men; decía que “me había vuelto un hippie comunista bueno para nada” o algo así. Ya sabes, los viejos; mi viejo es muy viejo, así que no entiende bien las cosas. ¿Entiendes? —.

—Para nada—, Ricardo negó, se le acababa la paciencia.

—Como sea, hermano. Al viejo le salió el tiro por la culata cuando se enteró que me estaba cogiendo a varias de las meseras de aquí. El supervisor le llamó por teléfono. ¿Puedes creerlo? ¿Qué jefe llama a tu papá por teléfono? Una locura, men. Fue un escándalo en casa. ¡Debiste verlo! Se puso como loco, era todo tormentas, granizo de fuego y terremotos. El viejo es muy temperamental. Tuve que regresar a casa, casi me manda crucificar de nuevo—.

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Autor: Apollonia Saintclair

Autor: Apollonia Saintclair.

Carne, sangre, piel

—¡No me digas!—.

—Yup. Pero, hermano, ¡las chicas que hay aquí!—, aseguró “JC” con alegría.

—¿Qué tienen?—.

—Ve por ti mismo… Ya entiendo. Mira, entiendo qué pasa.

Ricardo ve mujeres en un uniforme horrendo; color rojo y negro, con gorras; no parecen chicas, parecen robots; repitiendo la misma acción una y otra vez; desarregladas, sin maquillaje y no dicen gran cosa sólo un “puedo pedir su orden”.

—¿Verdad?—.

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—Verdad—.

—Bien. Te equivocas, hermano. Esas meseras, freidoras, limpia baños y gerentas son chicas, de carne y hueso; hablan con pasión de lo que aman, con pasión ganan unos pesos para llevar a casa, aman con pasión a sus hombres. Bajo esos uniformes hay cuerpos, carne, sangre, piel, cabello, pensamientos, sueños, labios, palabras, anhelos y yo las amo a todas y a cada una de ellas por eso—, sentenció “JC”.

—¡Ja! Estás loco—, manifestó Ricardo.

“JC” asintió.

Un brasier blanco

—Ya me lo han dicho antes. Escucha, escucha. Conocí a una chica llamada Mónica; era pequeña y morenita; los pantalones y playera flojos ocultaban el cuerpo de una mujer madura y deliciosa. Un día lo hicimos en los baños antes de cerrar—.

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—¡Por Dios!—, masculló Ricardo.

—¡Lo juro! Nos metimos a limpiar; limpiamos y al terminar cerramos con llave. Nadie nos iba a molestar (ya sabes, me aseguré de ello); yo dejé que mis pantalones y la playera flotaran fuera de mi cuerpo y ella se bajó los suyos; me gustaba verla desnudarse, lento, que lo hiciera ella; debajo de esos pantalones llevaba unas bragas de encaje negro, de esas cacheteras que dejan media nalga descubierta, viejo; en medio, entre sus piernas, quedaba una fina forma de conejito que me quería comer. Estaba apretado su conejito. Sudé. Cuando caminaba temblaban sus nalgas, quería cabalgarlas y morderlas y cachetearlas; tenerlas en mi cama, en la casa, andando por doquier, contoneándose y temblando—.

—Ajá—, le animó Ricardo.

—Anduvo por el baño, después de quitarse el pantalón, con los tenis puestos, me modeló un poco su ropa interior. Jaló su playera y puso su dedo en la boca como una chica traviesa, men. Yo ya estaba listo, duro como un clavo, ¿entiendes? Listo para ensartar. Ella lo notó, obviamente, y se quitó la playera. Llevaba un brasier blanco, se acercó, sus senos eran puntiagudos y redondos, saltarines, estaba seguro: sabrían a crema, deliciosos deliciosos deliciosos, y no me equivoqué—.

—¿Y luego?—.

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Autor: Apollonia Saintclair

Autor: Apollonia Saintclair.

Como un río bravo

—Bueno, la agarré entre mis brazos; la besé, acaricié su espalda, todo el show, y le quité el brasier; como te dije, sus pechos me supieron a gloria. Sus pezones estaban secos y carnosos. ¡Me los iba a comer! Se los mamé y mordí, se pusieron duros, parecían montañitas. Por supuesto ella ahogó el grito, no quería ni respirar, pensaba que nos iban a atrapar. Bajé las manos a sus nalgas, se las apreté, acaricié como posesión mía y la cargué, la sostuve en el aire; ella se aferró con sus piernas a mi torso; hice un espacio entre sus bragas, viejo, la toqué, ella estaba húmeda, y se la metí. Así, parados en el baño, se la metí, una, otra y otra vez y cómo mugía. Coger así cansa, pero hermano, es delicioso, sientes cada fibra de tu cuerpo, tu verga la hace tuya, toda tuya, hermano; te corres como un río bravo, caudaloso y tibio—.

—¡No puede ser! ¿Nadie los cachó?—, le cuestionó, por alguna razón divertido, Ricardo.

—¡Nah! Es mental, viejo. Si piensas que te van a cachar, te cacharán; no pienses en ello y no pasará nada. Es una onda cósmica—, sentenció “JC”.

La sordomuda

—¡Esas son mamadas! El ruido que hacían atraería a alguien—, dictaminó.

“JC” negó con la cabeza, como un maestro paciente a un alumno testarudo y corto de miras, tomó un respiro y siguió.

—Una vez me cogí a una sordomuda en la bodega, y te aseguro viejo, ellas hacen más ruido. La empresa inició una campaña de contratar a chicas con discapacidades, ella se llamaba Paty; era una muchacha que se pintaba el pelo de rubio y hacía ruiditos al hablar. ¡Oh cielos! ¡Por mi Padre! Era una fiera al momento de coger. Me arañó y mordió el cuello y la oreja al terminar.

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—¿Cómo fue?—.

Menuda, flaquita…

A “JC” se le iluminó el rostro al recordar.

—Era menuda, flaquita, blanquita, de labios gruesos; al cerrar, nos fuimos a hacer inventario a la bodega, ¿sí sabes a qué me refiero?, me quitó el uniforme nomás cerrar la puerta, casi lo desgarra. Era una fiera hambrienta, hermano. Yo me contagié de su entusiasmo, vamos, y también casi le arranqué la ropa. Llevaba un brasier con animalitos y unas bragas blancas delgadas con partituras negras. Sus tetitas eran puntiagudas. No tenía mucho trasero, pero sí unos buenos pechos que me comí. La besé y me respondió como si fuera a comerme. Nos mordimos los labios, pensé que me los arrancaría—.

—¿Ah, sí? —.

—¡Sí! Nos besamos con tantas ganas que se me puso durísima. Le bajé el braseir sin quitárselo para acariciarle los pechos y apretarle los pezones, creí que iba a arrancárselos, apenas se quejó; se debatía, se apretaba contra mi cuerpo, me arañaba la espalda, salvaje, loca. Eso sí: ¡cómo hacía ruido! Era un ruido extraño, no podría explicarlo o tal vez sí. Era como quedarse sin aire y gemir a la vez, sonidos de ahogo y ¿resuello? Sí, eso. Perder el aliento y a la vez querer gemir de gusto. La subí a unas cajas de carne hamburguesas…—.

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Autor: Apollonia Saintclair

Autor: Apollonia Saintclair.

Ella se había curado

—Espera, ¿esas no deben estar en un refrigerador? —.

—¡Ja! La carne es puro cartón, hermano, tiene más carne un perro chihuahua que esas hamburguesas—, aseguró “JC”.

—No puede ser… —.

“JC” le ordenó, con candidez, callar y siguió su relato.

—No pude más y me la saqué; le hice a un lado la braga blanca con partituras negras, le toqué el conejo con los dedos y, al sentirlo bien húmedo, se la arremetí. ¡Padre Santo! Lanzó un grito ahogado y pareció seguir ahogándose mientras se la metía y sacaba como un loco, un poseído, como los que curé hace mucho tiempo; sentía que me iba a salir humo; lo tenía apretado y rico, seguro era virgen por cicatrización. Intentó gritar, gorgoteó, arañó, mordió y quién sabe qué más. Me vine dentro y los dos gritamos de alivio. Ella se había curado.

—¿Ella se había curado? ¿Cómo?—, inquirió desconcertado Ricardo.

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—Sí, viejo. Empezó a hablar, hablar en lenguas y todo; lloró al escuchar su voz por primera vez; nos abrazamos y besamos, besé sus lágrimas y las sequé. Fue lo que ustedes llaman “mágico”. Por desgracia, la vida siguió, la ignoré y pasé a la siguiente chica. Ya sabes. Bueno, ella se sintió despechada y le dijo al supervisor lo que hicimos en la bodega. Nos despidieron y le contaron a mi padre. No estoy enojado con ella, si preguntas, la perdoné; para eso estoy—, agregó y abarcó el local con sus brazos extendidos.

¡Hijos de puta!

Ricardo bufó y luego comentó.

—Estás loco; como una puta cabra en el monte, así de loco. ¿Dónde está tu novia?—, indagó Ricardo. ”JC” se encogió de hombros.

—Ten paciencia—, le pidió.

—Más le vale llegar pronto… —respondió Ricardo enfadado; dio un último trago a su bebida, se levantó (con mochila en mano).

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—Voy por más refresco—. Su cliente le deseó buena suerte.

Se acercó a la máquina de refresco, apretó un botón y su vaso se llenó de burbujeante Sprite; olió la bebida, la probó y maldijo. Era agua mineral con un poco de sabor a refresco de lima limón. “Hijos de puta”, susurró, iba a perder los nervios.

—¡Oye! —llamó la atención de la chica en la barra junto a la caja registradora. Ricardo pensó en ella como una fiera en la cama. “¡Por Dios! ¿Qué estupidez ésa?”, reflexionó y apartó el pensamiento.

—¿Sí, señor? —preguntó la chica de mala gana.

—Ya no hay Sprite—, aclaró él.

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—¡Ah! Sí; se acabó, pero pondremos pronto, señor. Bueno, espero; los chicos del refresco llegan los martes… ya deberían estar aquí—, reconoció la chica confundida y se encogió de hombros con un ademán de “ni modo”.

Autor: Apollonia Saintclair

Autor: Apollonia Saintclair.

El milagro

Ricardo la observó un momento y gruñó. No tenía caso. Regresó a la mesa.

—¿Qué pasa hermano? No pareces contento—, apuntó “JC” al sentarse Ricardo.

—¿No me digas? Estos cabrones no rellenaron la máquina de refresco, sólo hay agua. ¡Excelente servicio!—, se lamentó él en voz alta.

—¡Ah! No te preocupes—, le aconsejó “JC”. Levantó la mano y la pasó sobre el vaso de refresco.

El líquido burbujeó escandaloso y un fuerte olor a cítricos llenó el aire bajo la nariz de Ricardo. Sorprendido tomó el vaso y bebió el mejor Sprite que probaría en su vida; el refresco saltó en su boca, agrio y dulce a la vez, fresco, relajante, frío; su lengua cantó, sintió oro deslizarse por su garganta; se sintió joven, lleno de esperanza; un niño inocente y feliz de nuevo.

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Bajó el recipiente y miró al hombre frente a él, sólo pudo decir “¡Jesucristo!”.

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Ciudad Erótica

10 libros eróticos que cambiarán tu perspectiva sobre el sexo

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​Si crees que 50 Sombras de Gray es un buen libro, échale ojo a esta lista de libros eróticos que hemos preparado para ti. Se trata, ni más ni menos, de 10 obras indispensables para adentrarnos en este apasionante género literario. ¡Qué los disfrutes!

Cartas de amor a Nora Bernacle

James Joyce (1882-1941)

La pasión fue el principal motor de la relación entre James Joyce y Nora Bernacle se conocieron desde los 19 y 20 años, desde entonces comenzaron una relación basada en el deseo, el escritor y su esposa mantuvieron correspondencia muy cachonda, y este libro es el resultado.

​»Quitándose la ropa de espaldas, y revelando sus dulces calzoncitos blancos de muchacha para excitar al descarado camarada del que ella está orgullosa; y entonces lo deja clavarle su obsceno pito gordo a través de la abertura de sus bragas y para adentro, adentro, adentro, en el querido agujerito, entre las frescas y regordetas nalgas».

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Delta de Venus (1977)

Anaïs Nin (1903-1977)

Este libro fue producto de la insistencia de los lectores, uno en particular, que deseaba leer más que poesía, querían leer encuentros sexuales y ahí tienen 15 cuentos. Así fue cómo surgió la idea de Delta de Venus en la década de 1940, pero se publicó en 1977.

«Echado boca arriba en la cama, con las piernas separadas y el miembro erecto, hizo que ella se sentara sobre él y se lo introdujo hasta la raíz, hasta que sus vellos se confundieron. Sosteniéndola, le hizo describir círculos en torno al pene. Ella cayó sobre él, apretó los senos contra su pecho y buscó su boca; luego se enderezó de nuevo y reanudó sus movimientos».

Diario de una ninfómana (2003)

Valérie Tasso (1969)

Este libro narra los encuentros sexuales de una mujer con empresarios excéntricos y muy acaudalados con algunas ideas raras sobre la excitación y el sexo.

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«La excitación me aprieta el vientre y mis muslos se contraen inevitablemente. Ya no tengo control sobre mi cuerpo. Me siento de repente perturbada, mi cuerpo pide a gritos que le arranquen la piel para poder fundirse con este desconocido. Se agacha un poco, y empieza a buscar debajo de mi falda, hasta encontrar el elástico de mis bragas. Pienso enseguida que su intención es quitármelas, obviamente. Pero no es así».

Historia del ojo (1928)

George Bataille (1897-1962)

Simplemente es considerada la obra maestra de la literatura erótica. La Historia del ojo y Simona transgredieron a la sociedad francesa en la década de 1920 y más allá, con su comportamiento sexual, su alta carga de contenido erótico, una joya de principio a fin.

«En el rincón de un corredor había un plato con leche para el gato: “Los platos están hechos para sentarse”, me dijo Simona. “¿Apuestas a que me siento en el plato?” —”Apuesto a que no te atreves”, le respondí, casi sin aliento.

Hacia muchísimo calor. Simona colocó el plato sobre un pequeño banco, se instaló delante de mí y, sin separar sus ojos de los míos, se sentó sobre él sin que yo pudiera ver cómo empapaba sus nalgas ardientes en la leche fresca. Me quedé delante de ella, inmóvil; la sangre subía a mi cabeza y mientras ella fijaba la vista en mi verga que, erecta, distendía mis pantalones, yo temblaba».

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Historia de O (1954)

Pauline Réage (Dominique Aury 1907-1998)

O es una chica que su amante la introduce a un mundo de sadomasoquismo, vouyerismo, roles de esclavitud sexual, entre otras depravaciones, ella es fotógrafa de día.

«Acerca la mano al cuello de la blusa, deshace el lazo y desabrocha los botones. Ella se inclina ligeramente hacia delante, pensando que él desea acariciarle los senos. No. Él sólo palpa el tirante, lo corta con una navajita y le saca el sostén. Ahora, debajo de la blusa, que él vuelve a abrochar, ella tiene los senos libres y desnudos, como libres y desnudas tiene las caderas y el vientre, desde la cintura hasta las rodillas».

Las edades de Lulú (1989)

Almudena Grandes (1960)

Lulú es una joven de 15 años que siente atracción por un amigo de la familia, Pablo, con quien en sus distintas etapas de la vida, sus edades, está presente este hombre que juntos sus más bajas pasiones se apoderan de ellos.

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«Apenas un instante después, todas las cosas comenzaron a vacilar a mi alrededor. Pablo se apoderaba de mí, su sexo se convertía en una parte de mi cuerpo, la parte más importante, la única que era capaz de apreciar, entrando en mí, cada vez un poco más adentro, abriéndome y cerrándome en torno suyo al mismo tiempo, taladrándome, notaba su presión contra la nuca, como si mis vísceras se deshicieran a su paso».

Trópico de cáncer (1934)

Henry Miller (1891-1980)

Este libro es un monólogo en el que el autor hace un repaso de su estancia en París en los primeros años de la década de 1930, centrada tanto en sus experiencias sexuales como en sus juicios sobre el comportamiento humano.

«Nos metemos en el retrete retorciéndonos y allí la sujeto de pie, la arrojo contra la pared, e intento metérsela, pero no hay manera, así que nos sentamos en la taza y lo intentamos pero tampoco hay nada que hacer. Y, durante todo el tiempo, ella me ha cogido la verga y la está agarrando como un salvavidas, pero es inútil, estamos demasiado calientes, demasiado ansiosos. La música sigue sonando, así que salimos del retrete al vestíbulo de nuevo, y mientras estamos bailando ahí en el cagadero, me vengo encima de su bonito vestido y ella se pone más a punto. Vuelvo tambaleándome a la mesa y allí está Borowski con su rostro rojizo y Mona con su mirada de desaprobación. Y Borowski dice: «Vámonos todos mañana a Bruselas», y asentimos, y cuando regresamos al hotel, vomito por todas partes».

Lolita (1955)

Vladimir Nabokov (1899-1977)

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Lolita es una niña de 12 años. Humbert Humbert es un hombre que secretamente se enamora de ella y para estar más cerca se casa con su madre. Es considerada una obra maestra de la literatura.

«Ella tembló y se crispó cuando le besé el ángulo de los labios abiertos y el lóbulo caliente de la oreja. Un racimo de estrellas brillaba plácidamente sobre nosotros, entre siluetas de largas hojas delgadas; ese cielo vibrante parecía tan desnudo como ella bajo su vestido liviano. Vi su rostro contra el cielo, extrañamente nítido, como si emitiera una tenue irradiación. Sus piernas, sus adorables piernas vivientes, no estaban muy juntas y cuando localicé lo que buscaba, sus rasgos infantiles adquirieron una expresión soñadora y atemorizada».

El amante de Lady Chatterley (1928)

D. H. Lawrence (1885-1930)

Una mujer casada con un hombre de clase alta, parapléjico y que no es nada romántico. Constanza quiere algo más que vida provincial y encuentra consuelo a sus deseos carnales con un trabajador de clase baja, un obrero llamado Oliver Mellors. Este libro fue censurado en su época por describir sexo explícitamente.

«Aquella noche fue un amante más intranquilo con su frágil desnudez de niño. Connie no pudo llegar a su éxtasis antes de que él hubiera realmente alcanzado el suyo. Y logró despertar en ella una cierta pasión llena de deseo con su suavidad y desnudez infantil; después que él hubo terminado tuvo que persistir ella en el salvaje tumulto y palpitación de sus lomos, mientras él se mantenía heroicamente erecto y presente en ella con toda su voluntad y desprendimiento hasta que Connie llegó a su éxtasis entre inconscientes grititos».

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Teleny (1893)

Oscar Wilde

Se le atribuye a Oscar Wilde este libro. Narra la fuerte atracción y la apasionada relación con desenlace trágico entre un joven francés llamado Camille de Grieux y un pianista húngaro, René Teleny. Erotismo homosexual de alta calidad.

«Con esto mi deseo aumentó de intensidad, y la necesidad de satisfacerlo se convirtió para mí en verdadero sufrimiento, mientras el fuego encendido en mí pasaba a ser una llama devoradora que me abrasaba; mi cuerpo entero quedó arrasado por una llamarada erótica. Sentía los labios secos, la respiración jadeante, los miembros rígidos, las venas hinchadas y, sin embargo, me mantenía tan impasible como todos los que me rodeaban. De pronto, me pareció sentir que una mano invisible se deslizaba por mis rodillas; algo en mi cuerpo fue tocado, cogido, estrechado, y una voluptuosidad indescriptible embargó de pronto todo mi ser. La mano subía y bajaba, lentamente al principio, luego cada vez más deprisa, siguiendo el ritmo del canto. El vértigo se apoderó de mi cerebro, una lava ardiente corrió de pronto por mis venas, y sentí saltar algunas gotas… mientras todo yo temblaba».

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Korang, soft porn mexicano… sólo para extranjeros

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Película

En 1969 los mexicanos adultos eran considerados poco menos que infantes para el gobierno mexicano, según sus políticas de censura.

La audiencia nacional no debía ser expuesta a contenidos cinematográficos en «extremo sangrientos» o con un «alto contenido sexual»; entiendase, mujeres semidesnudas.

La fórmula era básica: había que rodar filmes costumbristas, heroicos, cómicos, dramáticos, de lucha libre o de monstruos, siempre con límpida mesura.

 

Más allá de lo permitido

Con toda una vida como director, actor y guionista en México, René Cardona (1905) pudo ir más allá de lo permitido. De la mano de Cardona debutaron estrellas de la talla de Blanca Estela Pavón, Pedro Infante y Germán Valdés «Tin Tan». Entre 1937 y 1982 filmó más de cien películas.

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Tratándose de uno de los creadores más importantes de la época de oro del cine mexicano, Cardona aprovechó sus contactos en el extranjero, y se abrió paso en el mercado internacional con dos versiones de una misma película: una para adultos estadounidenses y europeos, y otra para el pueril público mexicano.

Ese es el caso de la conocida cinta Santo en el Tesoro de Drácula (1968), de René Cardona, cuya versión para las audiencias en el extranjero fue titulada como El Vampiro y el Sexo.

Otra menos conocida del mismo director pero igual interesante, intitulada en México como La Horripilante Bestia Humana (1969).

 

Cartel

Imagen del DVD con la versión sin censura para Europa.

Soft porn y lucha libre

Conocida en Italia como Korang, la Terrificante Bestia Humana y en Estados Unidos como Night of the Bloody Apes, esta cinta mexicana de lucha libre resulta una verdadera rareza del cine mexicano de los años 60’s, no solo por sus sangrientas escenas, sino por sus tintes de «soft porn».

La trama de la cinta gira en torno a los esfuerzos de un médico que mediante una complicada operación de trasplante de corazón busca salvar la vida de su hijo que padece leucemia.

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La cirugía resulta exitosa en todo sentido, excepto que el órgano utilizado proviene de un gorila.

Pronto el joven convaleciente sufre una violenta transmutación y ávido de sangre recorre las calles de la ciudad dejando un reguero de víctimas mortales a su paso.

 

Una película de culto

Mientras que en el País se estrenaba la «versión decente» de La Horripilante Bestia Humana —junto a Hasta el Viento Tiene Miedo, de Carlos Enrique Taboada; y Santo el Enmascarado de Plata y Blue Demon Contra los Monstruos, de Gilberto Martínez Solares—, en el extranjero disfrutaban de uno de los más atrevidos filmes mexicanos de horror jamás filmados.

 

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Horripilante bestia

Fotogramas: La horripilante bestia humana (1969).

De esta forma, Cardona abrió el camino a las míticas cintas mexicanas filmadas por  Juan López Moctezuma: La mansión de la Locura (1973) y Alucarda, la Hija de las Tinieblas (1977); o Satánico pandemonium (1975), de Gilberto Martínez Solares.

Hoy por hoy, la versión sin censura de la Horripilante Bestia Humana ya no asusta ni escandaliza a nadie.

Se trata, sin embargo, de una película de culto y una muestra de los estrechos márgenes de libertad dentro de los que podían moverse los cineastas y las audiencias del México de los años 60’s.

 

Aquí puedes ver el film completo sin censura:

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Etiquetas:      Cine      Cine mexicano      Películas      México

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Orgasmo para tres

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trío, sexo, ciudad erótica, relato erótico

Desde mi habitación se percibía un fuerte olor a marihuana. Hacía rato que me había puesto la pijama y había comenzado una de mis películas favoritas. Siempre me han gustado los hoteles. Esa sensación de llegar cada vez a un lugar desconocido, que te ofrece camas y sábanas distintas, un techo que mirar y una ventana (quizá).

​Al principio le resté importancia a los ruidos que se escuchaban en la habitación contigua. Seguramente se trataba una de esas jóvenes parejitas, se estarían estrenando en las artes amatorias, dado que alcancé a escuchar con claridad en varias ocasiones a una voz femenina que se quejaba, aunque un rato después pareció disfrutarlo, porque los gemidos iban de menor a mayor y justo en mi cabecera parecía que golpeaban rítmicamente con un mazo.

Lo disfrutaba

​No puedo negar que aunque en gran medida mis estancias en los hoteles son por cuestiones laborales, en algunas ocasiones he pasado fines de semana completos en cuartuchos de mala muerte sólo para escuchar a las parejas teniendo sexo.

Es tan lindo imaginar, pensar en cómo serán, cuál será la posición que están adoptando y hasta ponerse en el lugar del uno o del otro e incluir diálogos que hagan más interesante esa historia ajena…

No pude ignorarlo

​Me levanté al baño en un par de ocasiones, y luego regresaba para darme gusto con unos tragos improvisados que preparé en el mismo cuarto. Estaba un poco mareada, así que decidí dejar sólo la luz tenue de la mesita de noche y reacomodar las almohadas.

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Subí el volumen al televisor dispuesta a ignorar lo que estaba ocurriendo unos pasos más allá de mi habitación, pero me fue imposible. Esa manía de prestar atención regresó, y también las imágenes producto sólo de mi imaginación.

​»Seguramente era virgen», pensé. Recordé entonces cuando mi virginidad me fue arrebatada en un cuarto de vecindad, así que en adelante, las historias que inventaba de acuerdo a los sonidos que escuchaba, serían mucho mejores que mi propia experiencia.

Orgasmo para tres

Foto: Obra Motel Fetish, del artista Chas Ray Krider.

​Noté después que mi ropa interior se empezó a humedecer. Era imposible omitir las imágenes que venían una tras otra y que en principio me obligaron a acariciar un poco mis senos. Los pezones habían encendido una señal de alarma y mi cuerpo me obligaba a lo que debía hacer esa noche, aunque sea desde mi trinchera.

 

Decidí participar

​Apagué la luz y el televisor. Acomodé de nueva cuenta las almohadas y las sábanas y de a poco me deshice de mi bata y luego de mis pantaletas en un acto que rayaba en lo automático, en lo debido.

Al rozar mi vulva, confirmé que estaba tan excitada que no podía esperar más para sentir un poco de lo que aquella joven estaba sintiendo con su pareja en el cuarto contiguo.

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​Acompasaba los movimientos de mis dedos con los sonidos de fondo, reaccionaba de acuerdo a sus reacciones y mis sonidos guturales que de a poco se convirtieron en gemidos ahogados, se fueron intensificando.

Un hombre invisible

Busqué incluso algún objeto extra que pudiera ayudarme a tener un orgasmo acelerado, quería terminar al mismo tiempo que ella y hacer de cuenta que era yo aquella que estaba disfrutando con un hombre para mí invisible. Nada encontré.

​Utilicé mis dedos, introduje uno, y luego dos dentro de mí, mientras que ayudada por el pulgar podía acariciar mi clítoris. En la pared, los golpeteos iban en aumento, pero para entonces ya estaban acompañados por los míos, los que provocaba al retorcerme en la cama. Me aferré a las sábanas, me detenía poco antes de llegar para volver a comenzar y experimentar una sensación aún más intensa cuando llegara al clímax.

​Mojé las sábanas de manera inevitable cuando logré vaciarme. Me quedé descansando, y escuchaba apenas los susurros de los vecinos de cuarto. A mi silencio, se sumó luego el de ellos. Había logrado mi objetivo, había llegado a un orgasmo tal vez más intenso que el de aquel par de desconocidos.

La experiencia me hizo refrendar mi gusto por esa extraña manía de contar una historia y prestarle mi cuerpo. Llamé a la recepción para que me cambiaran las sábanas.

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Foto de portada: Valeria Boltneva.

 

 

Etiquetas:      Ciudad Erótica      Sexo       Relato erótico

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