Ciudad Erótica
Conmigo, con todas
Conmigo…
Es como si de pronto se estuviera acostando con alguien que no era yo. Esa noche, mientras lo hacíamos, percibí en sus ojos otra sombra y sus manos estrujaban unos pechos que no eran los míos, ni mi cadera ni mi sexo. Había fuego, pero no pensaba en mí, nos mojamos, explotamos, pero hizo suya a alguien más.
Amé ser yo, aunque no fuera en quien pensaba. Pero luego vinieron los fantasmas, esas voces que gritaban el engaño, que esa otra a quien le hacía el amor de manera tan intensa, existía, aunque también pudo ser alguien que estaba en su cabeza y no en su cama. Pensé también que había trasladado una escena erótica de una película porno a mi cuerpo, a esa noche, y a las que siguieron.
Desconocía
Tuve sesiones de sexo rudo y romántico, aunque poco faltó para que se dirigiera a mí con otro nombre. Me pidió cosas que no hice antes, que pensaba que no me gustaban, hasta que, al ceder, me descubría extasiada disfrutando de algo que desconocía. El sexo anal fue una de esas cosas, sentir su miembro en una parte de mi cuerpo que no se había abierto jamás a ese placer extraño, me transformó, pero también incrementó mis dudas.
Yo no podía negarme, ni quería. Ese sentimiento ajeno hasta entonces y ese cúmulo de emociones y placeres, bloqueaban mi razón y abrían de par en par la puerta del instinto. Apenas me tiraba en la cama, mi ropa interior ya estaba empapada, lo quería dentro todo el tiempo, como fuera, y él lo disfrutaba como deben disfrutarse los placeres, sin culpa y sin remordimientos.
Nos adentramos en el laberinto sin temor al Minotauro. Recorrimos cada espacio conocido y nos adentramos sin excusas a todo aquello que había por descubrir. Nos chupamos la sombra y el alma. Entonces él también fue otro, alguien que se metía en mi cuerpo hasta saciarse. El que se estremecía mientras me penetraba y que se sujetaba de mis pechos como si le fuera la vida en ello.
Pude percibir un aroma distinto, un tacto diferente y otra piel, una que yo también había estado deseando en silencio. Fuimos y somos otros. Nos desconocimos para encontrarnos las veces necesarias sin límites. Nos descubrimos en todas las formas del placer hasta exprimirnos, hasta quizá transfigurarnos. Rompimos el hilo que pudo guiarnos a la salida, nos quisimos dentro, extraviados, y más que nunca, complacidos.
Carmen Larracilla Ciudad Erótica
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