Ciudad Erótica

En aprietos. Crónica de un encuentro sexual en un cuarto de telebrejos

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crónica de un encuentro sexual…

Él se había conseguido un trabajo en la recepción de un hotel pequeño sobre la avenida Patria. Acostumbraban llegar muchos extranjeros por cuestiones de negocios, así como empresarios que acudían a alguna convención a la Universidad Autónoma de Guadalajara. Ese día había bebido demasiado. Quedé con unas amigas para acudir a un bar de la misma zona y como era normal, ellas iban con su pareja y yo acudía sola como una especie de chaperona o salero. La incomodidad de aquel momento me hizo beber y fumar de más.

Cuando partieron, pasaba apenas de la media noche y yo tenía ganas de seguir bebiendo, conversar con alguien que se dignara a escuchar mis historias fantásticas (quizá para ocultar un poco mi realidad) o simplemente que me diera un abrazo consolador. Recordé que ese amigo trabajaba cerca, en el hotel que quedaba apenas a unas cuadras de donde yo me quedé sola. Decidí visitarlo.

Foto: Pinterest.

Tenía la guardia nocturna y casi siempre estaba solo, con excepción de un guardia de seguridad que acostumbraba dormir la siesta en el cuarto de trebejos, según me explicó cuando llegué y me saludó cariñosamente. Era lo que necesitaba, me dije. Pero no podía más que quedarme un rato para no interrumpir su trabajo. Era mi intención inicial, claro, pero después de que me sirvió café y me acercó una silla junto a él mientras atendía contadas llamadas de huéspedes que pedían otra almohada o preguntaban si seguía abierto el restaurante, mis planes cambiaron.

Muchos besos

La charla fue de menos a más. Me contó la serie de historias que desde su imaginación y sólo aguzando el oído, podía conformar mientras escuchaba a algunos de los clientes jadear, o gritarse entre sí para luego terminar estrellando la cabecera en la pared en lo que parecían sesiones de sexo salvaje. Estoy segura que él me besó primero. Entre las carcajadas nos acercábamos cada vez más y ocurrió. A ese beso siguieron muchos más y entretanto yo abría los ojos para asegurarme de que no hubiera alguna cámara de seguridad que estuviera grabando la candente sesión.

—Me aseguré de apagarlas un rato—, me dijo.

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La borrachera continuaba y la cabeza me daba vueltas, lo mismo que su imagen distorsionada de aquel pene suyo aprisionado en unos pantalones negros de vestir. Cuando él rozó mis senos por encima de la blusa, lo detuve. Le dije que no era el lugar, ni el momento, y que además estaba lo suficientemente ebria como para caer en un juego macabro del que luego nos arrepentiríamos los dos. Una leve sonrisa retorcida de su parte y un “tranquila, estamos bien y estamos solos”, me hizo permitirle la serie de tocamientos que continuarían. No podía evitar pensar en el guardia que en cualquier momento aparecería y descubriría la bochornosa escena.

Solos

Tengo un talento natural de adivinación. En cuanto me separé apareció un hombre pequeño y gordo vistiendo un uniforme azul y cargando apenas un tolete en su pantalón. Me saludó con cordialidad y él se apresuró a fingir que hablaba por teléfono.

—Voy al Oxxo a comprarme una coca—, dijo aquel hombre que parecía todo, menos una persona encargada de la seguridad de cualquier lugar. Nos preguntó si queríamos algo, y acto seguido, se marchó. Ahora sí estábamos completamente solos.

Foto: Pinterest.

Ven, insistió. Me llevó de la mano hasta el cuartito de tiliches que minutos antes era usado por el guardia para dormir la siesta. Había una colchoneta pequeña sobre el suelo y una cobija a cuadros azules adornando el lecho que había dejado tirado el que se fue por la Coca-Cola. Entraba apenas una tenue luz por una ventanilla pequeña, con ella alcancé a ver su miembro que había dejado al descubierto para después tomar mi mano e invitarme a acariciarlo. Así lo hice mientras él metió la mano por debajo de mi blusa para tomar libremente mis senos. Por unos segundos tuve mucho miedo, y se lo dije. De manera apresurada y sin dejar de besarme, le puso el seguro a la puerta e insistió: “tranquila”.

Entre escobas y trapeadores

Fue en ese momento cuando metió su mano por debajo de mi pantalón. Mi embriaguez comenzaba a transformarse en una enorme excitación. Lo deseaba dentro de mí y así ocurrió. Me tomó de la cintura y me cargó hasta un rincón donde me despojó de la ropa. Miré de reojo que la puerta siguiera con el seguro puesto. Siendo así, no tuve más preocupación que los trapeadores y las escobas que me rozaban la espalda y la cabeza.

Me sujetó fuerte y comenzó a penetrarme tapándome la boca. Sus dedos rozaban mi lengua e introducía uno o dos de vez en cuando.

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—Piensa que es mi pene el que también está en tu boca… saboréalo—

La penetración era cada vez más apresurada y conseguimos llegar al orgasmo en apenas uno o dos minutos. El acto terminó con una buena sesión de besos en mis senos descubiertos que, satisfechos, comenzó a cubrir con las copas de mi sostén.

Foto: Pinterest.

Luego se subió el cierre y se acomodó la camisa mientras yo buscaba entre la penumbra mis bragas. No las encontré, así es que decidí olvidarme del asunto y ponerme el pantalón. La blusa había quedado colgada de uno de los trapeadores y tuve la sensación de apestar a algo más que a sexo y alcohol. Salimos apresurados y para entonces el guardia ya dormitaba en una de las sillas de la recepción.

Me acompañó hasta la puerta y fumamos juntos un cigarrillo. La mezclilla del pantalón comenzaba a rozar mi vulva desnuda. Tuve ganas de hacerlo de nuevo, pero ya era tarde. Quedamos para otra ocasión y antes de tomar el Uber le susurré al oído que me había encantado, que sería una de las mejores noches, y claro, que le encargaba mi ropa interior por si el guardia la encontraba. Una sonora risa compartida marcó el final de aquella noche inesperada, apretada, desesperada, pero que seguramente recordaría durante mucho tiempo.

 

Carmen Larracilla    Ciudad Erótica    Crónica erótica 

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