Ciudad Erótica

Nostalgia del deseo

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Nostalgia del deseo

¿En qué momento el odio más profundo puede convertirse en deseo? Probablemente ese sentimiento se había quedado ahí y yo lo quise ocultar detrás del rencor que le guardé durante años.

Él me partió el corazón, me dejó tirada en el suelo y aún se atrevió a pisarme. No sé cómo pudo mirarme a la cara, pero mucho menos sé cómo fue que quise acostarme con él de nuevo.

Un paso del odio al antiguo amor

La casualidad volvió a presentarnos. Nos topamos en el mismo bar y de pronto ya estaba sentado en mi mesa. Al mirarlo sentí un calambre en las piernas, quedé inmóvil y me costaba respirar.

Al principio sólo levantó la cabeza, sonrío y levantó su mano a manera de saludo, mismo que respondí de igual forma y me giré para ver la pared. Una pared cualquiera, esa donde me sentí medianamente a salvo. Al volver la atención a mi trago, su pregunta me turbó. – ¿Puedo? – dijo apenas. –Si quieres-, respondí. 

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Me dirigió unos cuantos piropos hipócritas. Que si estás más linda ahora, que si me quedaba bien aquel vestido entallado, o que si esas uñas largas las tenía de hace mucho, porque cuando estábamos juntos jamás me gustó dejarlas crecer.

Era un asesino, un depredador, y yo en ese momento la presa más sencilla que pudo encontrar.

Foto: luisbermejo.com

Mirarlo a la cara, de frente y callarme todas las ofensas que se me habían ocurrido después de que rompimos, fue la parte más difícil. Dijo cosas que me hicieron reír y luego un discurso sobre las relaciones, la soledad y los errores que había cometido.

Yo estaba atónita. Por supuesto que nada de lo que pudiera salir de su boca me embrujaba, pero ese cuerpo era un objeto de deseo que seguía siendo irresistible para mí.

Bebimos más de la cuenta y entre copa y copa rozaba mis manos aferradas al cristal. Yo me retiraba, lo miraba con extrañeza, y luego, de a poco fui cediendo. Una noche más no se le niega ni al demonio.

Fui cediendo

Terminamos sentados muy juntos. Él aprisionaba mi cabello entre sus dedos y luego el beso fue inevitable. Descubrirme vulnerable y débil me sobresaltó al principio, pero pude controlarme tras varias visitas al sanitario, para “pensar”. Cuando el grupo dejó de tocar y comenzaron a repartir las cuentas, se ofreció a pagar.

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-¿Para dónde vas?- dijo con la respiración entrecortada, mientras me besaba en la puerta del bar. Para entonces mis piernas ya estaban flojas y al parecer también mi voluntad. –A donde tú quieras- me atreví a responder.

Su sonrisa macabra lo acompañó durante el camino a un motel cercano. Tomó mi mano y la acercó a su pene erecto aprisionado en su pantalón. No pude más que acariciarlo, sentirlo firme y preparado para lo que venía. También comencé a mojarme.

Al llegar al lugar que antes habíamos visitado, sentí nostalgia, la del deseo supongo. La más fuerte. Una vez en la habitación, los besos continuaron. Apagó todas las luces y me tiró sobre la cama. Levantó mi vestido negro, acarició mi vulva por encima de las pantaletas y luego las bajó para chupar mi clítoris. Me aferré fuertemente a su espalda cuando comenzó a penetrarme. Quise dejar de lado quién era, aunque me tragué su olor, ese que había permanecido en mi memoria durante mucho tiempo y que lamentablemente me era muy familiar.

Foto: Shutterstock

Había cambiado la forma en la que solía hacerme el amor. Quiso ser tierno y lo consiguió, quiso ser suave y no lastimarme como aquella primera vez en que le entregué mi virginidad en un cuarto de vecindad.

Sentir de nuevo su miembro dentro de mí, fue una linda forma de sentir lo que debió ser antes. Estaba a punto de venirse, cuando llevé su miembro a mi boca para ayudarlo a terminar. Una vez que llegó al orgasmo, me pasé su miembro mojado por entre los senos luego para dejar sobre mi pecho el dulce de su semen, muy probablemente lo único dulce que conservaba.

 Otra vez no terminamos abrazados, pero ya no me dolió. Otra vez se quedó callado sin decirme nada lindo, pero esta vez no hacía falta que dijera nada. Fue un reencuentro de única vez, un doloroso recuerdo que tenía que dejar entre sus brazos para saberme fuerte. A veces tienes que sujetarte al diablo para dejar de temerle y yo ya no tenía miedo.

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Carmen Larracilla       Ciudad Erótica

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