Ciudad Erótica

Otro orificio

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Habíamos hablado sobre esas nuevas posiciones que no me atrevía a experimentar.

Tenía miedo, pensaba que él tendría otra mujer con la que efectivamente las practicaba y fue entonces que decidí intentarlo también.

Una de esas novedades en nuestra cama fue el sexo anal, un canal de placer que nunca pensé conocer, mucho menos que fuera a gustarme.

Al principio, cuando me pidió colocarme de cierto modo, y levantar la cadera un poco más de lo habitual, sabía que ese túnel del deseo una vez abierto, no tendría vuelta atrás.

Estaba ya demasiado excitada y había accedido a todas las formas en las que él quisiera estar dentro de mí.

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Intenté relajarme y suspiré profundamente. Siempre había considerado que su pene era lo suficientemente grande como para no hacerse espacio en otro lugar que no fuera mi vagina, o mi boca. Me equivoqué.

Todo un reto

Al principio, sentir su miembro duro y húmedo intentando entrar en un lugar que nunca consideré apto para mi placer, fue todo un reto.

Sus manos se agarraron fuertemente de mi cadera y jalaban hacia sí con terquedad, aunque me prometió que tendría todo el cuidado y que no me dolería. También me equivoqué.

Primero, el rechazo natural del cuerpo y un ligero dolor que fue intensificándose junto con una sensación extraña de invasión, me hizo detenerlo en repetidas ocasiones.

Clavé la cabeza en la almohada varias veces, mordiendo lo que quedara de renuencia y clavando la vista en la ventana. Suspiré de nuevo, mientras él acariciaba mis senos con suavidad.

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—Nada va a pasarte, te aseguro que una vez dentro, será una de las mejores cosas que hicimos—, dijo.

Fue entonces cuando sentí sus dedos rodear la vulva y extraer un poco del lubricante natural que había quedado del primer orgasmo.

No pude evitar el gemido, cuando al tiempo sentí rodear mi ano con esa suave cubierta que haría más fácil la penetración.

Tierra inexplorada

Su saliva sirvió para humedecer uno de sus dedos, el primer habitante en tierras desconocidas. Comenzó a hacer movimientos circulares y una vez que fue cediendo, introdujo su miembro de a poco, una y otra vez.

Sus gemidos fueron los que junto con sus embestidas lentas consiguieron mi máxima excitación, estaba disfrutándolo tanto como él.

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Tomaba de mi cabello e introducía sus dedos en mi boca, al tiempo que podía sentir como su pene llegaba cada vez más dentro, más y más.

La penetración era acompañada de cuando en cuando de movimientos circulares en mi clítoris. Describir ese placer hasta entonces extraño para mí, resultaría más que ambicioso.

El sudor de los dos, acompañado de ese fluido incontenible, dejó una huella en la sábana, pero el placer de transitar por ese túnel del deseo, cambió para siempre lo que hasta entonces considerábamos una monótona vida sexual.

 

 

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Etiquetas:      Sexo      Erotismo      Fantasías      Amor

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