Ciudad Erótica
Sexo casual y un libro a medias
Sexo casual…
Tenía el monitor en blanco. El libro que planeaba fuera editado a finales de año, no tenía aún pies ni cabeza. Intentaba encontrar el nudo y luego por supuesto un buen desenlace. Aunque lo tenía todo en mi cabeza, se me complicaba cada vez más llevarlo de manera correcta y decente a la redacción.
Creo que parte de mi falta de concentración, se centraba en que ya no vivía sola. Acepté que él ocupara el cuarto vacío cuando se quedó sin empleo, y aunque éramos sólo amigos, reconozco que me turbaban algunos ruidos que escuchaba por las noches, justo cuando yo esperaba la llegada de las musas para terminar mi texto.
Eran gemidos, gemidos suyos. Pensaba que se entretenía viendo pornografía en lugar de buscarse un trabajo y eso me enojaba. Si bien de manera puntual me daba lo correspondiente a la renta del departamento, y cooperaba para la despensa, sabía que estaba agotando la liquidación que le dieron al salir de su último empleo.
De vez en cuando yo también me masturbaba. Mi estrés era tal llegada la madrugada, que pensaba que de esa manera podría calmarme, conseguir dormir o en algún punto encontrar la inspiración. Pensaba en él, en si estaría haciendo lo mismo y no me equivocaba.
Esa noche los dos subimos a la azotea para bajar la ropa del tendedero porque había empezado a llover. No nos habíamos visto la cara durante el día. Nos empapamos. Mis senos se dibujaron en la camiseta blanca y sus calzoncillos escurridos se pegaron a su miembro de manera que lo imaginé todo. De regreso al departamento, distribuimos la ropa en los muebles para que se terminara de secar, nos deseamos buenas noches y cada uno se metió en su habitación.
Intenté concentrarme, lo juro. Me quité la ropa mojada y me quedé mirando el monitor en lugar de volverme a vestir. La lluvia había levantado un vapor insoportable, así que decidí usar sólo una sábana para envolverme las piernas.
Escuché la puerta de su habitación. Se habrá levantado al baño, pensé, sin darle mucha importancia. De reojo pude observar que la manija de mi puerta se movía lentamente, me sobresalté y me tapé con la sábana hasta el torso. Era él.
—¿No acostumbras tocar a la puerta? —dije apenas.
—Sé que quieres lo mismo que yo— susurró.
—¿Y qué es lo mismo que tú quieres? Yo no acostumbro importunarte cuando estás ocupado. —
Observaba embobado mis tetas sobre la sábana. Entonces lo entendí todo. Se acercó y yo no me resistí. ¿Para qué si yo también lo deseaba? Hice la laptop a un lado y lo besé sin prisa, pero con mucho deseo. Sentir su lengua fue una de las sensaciones más extrañas hasta entonces. Era cálida y los movimientos que hacía dentro de mi boca, me mojaron enseguida.
Había tratado de mantener la sábana en su lugar. Me aferré a ella como quien sujeta un objeto cualquiera depositando en éste su miedo. Destrabó uno a uno mis dedos de la tela y sin dejar de besarme me dejó así, desnuda y frente a él. Estaba húmedo y muy frío, sus dedos parecían estalactitas que me hicieron temblar de pronto. Dejé que me tirara en la cama y se subiera a mi cuerpo. Yo quería calentarlo y lo conseguí muy pronto. Pude sentir su miembro erecto entre mis piernas y un sudor apenas perceptible. Mis senos resultaron un festín para sus labios.
Reconocí los gemidos que antes escuchaba por las noches. Ahora estaban muy cerca de mi oído y los provocaba su deseo por mí. Sentí sus dedos en mi vulva con urgencia. Su dedo índice se metió en mi vagina.
—Quiero sentir qué tan húmeda estás, se siente delicioso—, dijo.
Sentí que me venía en un segundo, pero pude controlarme. Siguió jugando con mi clítoris, haciendo círculos e intercalando el movimiento dentro de mí. Las sábanas comenzaron a mojarse. Mi vulva era una fuente. Me resultaba increíble la forma en la que había conseguido excitarme con apenas tocarme un poco allá abajo. Quería que me penetrara y así lo hizo.
Levantó mis piernas para colocarlas sobre su cintura. Su pene estaba ya muy erecto, así que no fue difícil que lo introdujera de a poco.
—No quiero lastimarte—, dijo.
Y en realidad me dolió un poco, pero eso no me impidió decirle que continuara, suplicarle que lo hiciera. El movimiento fue lento en principio, pero luego se intensificó, lo mismo que esa caliente sensación para los dos. Me volteó y puso en cuclillas. Mi vagina quedó expuesta para que él continuara con su labor, pero esta vez de manera más intensa. El orgasmo no tardó mucho en llegar. Mojamos las sábanas. Entre mis piernas quedó el líquido de los dos que luego el lamió.
No dormimos juntos. Desde esa noche él deja que me concentre en lo mío, pero de vez en cuando lo escucho masturbarse.
—Lo hago pensando en ti— dijo. De vez en cuando compartimos la cama. Pero por ahora hay que terminar un libro.
Ciudad Erótica Carmen Larracilla
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