Ciudad Erótica

Placer, dolor y viceversa

Publicada

Placer…

“Hay personas que te hacen daño por el simple hecho de existir”, dice en uno de sus textos el escritor japonés Haruki Murakami.  Me di cuenta de esta realidad hace apenas unos días y aún así, no lamento nada de lo ocurrido.

Lo había conocido hace poco y aún así me atreví a viajar con él. El día de la travesía hablamos muy poco en el camión que nos llevaría a Zacatecas. Cada uno se dispuso a ver una película distinta desde su sitio y parecía que ansiábamos llegar al hotel para permanecer cada uno en la soledad de su habitación al menos por un par de horas. No estábamos listos para compartir el mismo espacio.

Tras llegar a nuestro destino, nos dirigimos de inmediato al sitio de nuestro hospedaje, y como lo habíamos acordado, cada uno pidió su cuarto. Descansamos un rato y luego salimos a buscar un restaurante para comer algo. Encontramos uno con una vista maravillosa al centro de la ciudad ubicado en una terraza.

Hablaba demasiado 

Comimos pizza, hablamos apenas y para ser sincera, para ese entonces mi compañía comenzaba a resultar bastante desagradable. Aún no me lo explico, pero no logramos entablar una conversación. Hablaba demasiado de sí mismo, lo que me parece la forma más común del abandono al otro, y por si fuera poco intentaba debatir cada uno de mis pensamientos como si de una competencia se tratara, para luego hacerme un gesto burlón que terminó por causarme dolor de estómago y unas ganas incontenibles de salir corriendo.

Advertisement

“De cualquier manera no pensaba acostarme con él”, me dije. Intenté tranquilizarme en silencio, esperando que mi mutismo lo animara a callarse también, pero no fue así. Hubo un momento en el que me levanté al baño con el único objetivo lavarme la cara y despejarme un poco. Ahí estaba él. Fabián había sido mi pareja unos años atrás y ahora estaba en una mesa cercana a la mía con una mujer. Me detuve a observar cuanto me fue posible, antes de que se dieran  cuenta de mi presencia, pero él me notó enseguida. Alzó la mano en un gesto de saludo y le correspondí un poco avergonzada.

Esa misma sonrisa

Tras permanecer un buen rato en el baño, regresé a la mesa con actitud relajada. No pensaba arruinarme la noche por un pasado que de pronto se me ponía enfrente como para recordarme algo. Notaba su mirada insistente y yo intentaba poner atención a aquel desconocido que aceptó viajar conmigo. En realidad no recuerdo de qué me estaba hablando; hubo un momento en el que mi cabeza se trasladó a aquellas ardientes noches que Fabián y yo habíamos pasado juntos. Suspiré cuando comencé a sentir ese conocido cosquilleo en la entrepierna.

Volví a levantarme al sanitario cuando noté que Fabián me seguía. Me giré para comprobarlo, y tenía esa misma sonrisa que recordaba a la perfección. Era una sonrisa que parecía decir: “sé que no has podido olvidarme”.

—¿Qué haces acá?—, me animé a preguntar.

—Lo mismo que tú, conocer la ciudad e intentar salir adelante, aunque veo que tu acompañante no te agrada—, dijo con un aire de suficiencia. Tenía razón, pero preferí responder con una sonrisa que no decía nada. Me extendió la mano y me ofreció un papelito que guardé en mi bolso con discreción. Nuestras miradas no mentían. Era su número telefónico.

Advertisement

Viejos tiempos

Mi acompañante y yo regresamos temprano al hotel. Alegué que estaba cansada y que prefería ponerme a leer un rato para después intentar dormir. Cada uno se dirigió a su habitación. Una vez adentro, suspiré aliviada. Quería llamarle a Fabián o al menos mandarle un mensaje. Opté por lo segundo. “¿Dónde estás?” redacté secamente. Temblaba un poco, pero ansiaba volver a estar con él a solas. La respuesta llegó unos minutos después: “Puedo ir a donde tú quieras”. Lo invité a mi cuarto, le dije que estaba sola y que podríamos recordar viejos tiempos.  Aceptó.

No había pasado ni media hora cuando llamaron a mi habitación para preguntarme si podría pasar un hombre que me buscaba. Claro que sí, pagaré lo que haya que pagar por el huésped extra, dije. Cuando golpeó la puerta me temblaban las piernas. Al tenerlo enfrente no pude más que aspirar discretamente aquel aroma que me recordaba muchas noches, luego lo invité a pasar y le ofrecí alguna bebida del frigo. Lo noté nervioso también y le dije que era mejor no hablar del pasado, que tal vez sólo tendríamos esa noche y que debíamos aprovecharla “como era debido”.

Me fui quitando la ropa…

Volver a sentir sus labios fue al principio una sensación extraña a la que me acostumbré poco después. Nos recostamos en silencio sobre la cama y comenzamos a tocarnos como si nunca lo hubiéramos hecho. Metí la mano bajo su pantalón y él aprovechó para apagar la luz. Toqué su miembro tibio y dispuesto, provocándole un estremecimiento leve al que respondió con un beso profundo que acompañó de tocamientos bajo mi blusa. Mis pezones estaban ardiendo, esponjados como esperando el festín de besos que vendría después.

Su saliva, su perfume, el calor de su cuerpo, esa mirada profunda que parecía clavarse hasta lo más profundo, me excitó lo suficiente como para pedirle que me desvistiera. De a poco me fue quitando la ropa, y acariciando cada espacio que quedaba desnudo. Le arrebaté la camisa y lo besé en el pecho y en la espalda. Parecíamos nuevos, vírgenes, estrenándonos el uno al otro. Mi vagina estaba ya lo suficientemente húmeda cuando comenzó a introducir sus dedos en ella. Era el preámbulo perfecto para una penetración profunda y salvaje de la que ambos disfrutamos con creces. Bebió de mi primer orgasmo y se dispuso a continuar sin darme tregua. Para entonces éramos ya dos seres fundidos en un placer indescriptible del que sólo queríamos más.

Advertisement

Sentí su semen caliente dentro de mí unos minutos después. Aquella sensación de unión total entre dos que se amaron y que luego abrieron la puerta del pasado para arrojarse al vacío de nuevo, nos llenó de certeza. Teníamos que agotarnos, secarnos, dejarnos tan satisfechos que al menos en mucho tiempo no pudiéramos pedir nada más, a nadie más.

El silencio

Comenzábamos a vestirnos por la mañana cuando mi acompañante de viaje comenzó a llamarme desde fuera de la habitación. Con todo, había olvidado encender el teléfono y seguramente se había preocupado. Fue Fabián quien abrió la puerta sin siquiera preguntarme y yo decidí hacer silencio.

—Aún duerme, ¿quieres que le diga algo?—, escuché. Luego otro silencio al que le precedió un portazo. Algo en mí gritaba que le acababa de romper el corazón a alguien, aunque pensé que quizá estaba siendo muy soberbia. ¿Quién me había dicho que mi acompañante sentía algo por mí? Figuraciones mías.

Me despedí de Fabián como dos buenos amigos. Llamé a aquel hombre que decidió viajar conmigo casi sin conocerme. No respondió. Intenté mandarle mensajes y me había bloqueado, supe después que había dejado la habitación esa misma mañana. ¿Qué sabía yo de corazones ajenos cuando se rompen? Lo cierto es que no volvimos a vernos.

 

Advertisement

 

Ciudad Erótica      Crónica Erótica      Carmen Larracilla

 

JCS

Advertisement

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

LO MÁS VISTO

Salir de la versión móvil