Ciudad Erótica

Sodoma

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Ciudad Erótica…

Cuenta la leyenda universitaria que ese departamento era perverso. Como en casi todos los departamentos universitarios, el lugar se compartía, vivían 4 personas ahí y se dice que pasaba de todo. Había drogas, fiestas, excesos y sexo, mucho sexo. Sexo variado. Sexo interracial, sexo interuniversitario, sexo internacional, sexo anal, sexo vaginal, sexo con hombres, sexo con mujeres, sexo en el baño, en la cocina, en el patio. Las drogas y el alcohol eran frecuentes y la experimentación, que es parte fundamental en la formación de cualquier joven curioso y sensato, era cosa de todos los días.

Paseos nocturnos

Una de las peculiaridades más importante de los habitantes de este sitio era su gustada afición a los tables dance de la comarca. Solían ir cada vez que podían y nadie se quejaba por estos paseos nocturnos. Los habitantes de la casa y sus invitados eran felices con esas travesías.

N vivía en ese departamento. Era pequeñita y muy simpática. Uno de los atributos físicos más admirados de N eran sus tetas. Eran hermosas, grandes y redondas, y aunque nunca usaba escotes, despertaba la admiración de hombres y mujeres por igual. N también gustaba de las mujeres, así que hizo viajes espontáneos y excesivos a los bules que le causaban particular emoción.

En una de esas noches de juerga a N le ocurrió esta historia que ahora inspira este relato.

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Dos manos

N despertó poco antes del alba en un sillón del departamento sin entender muy bien qué hacía ahí. No estaba en su cama pero no sabía por qué. Poco a poco comenzó a rememorar todo el alcohol y la mariguana que habían ingerido al inicio de la noche. También recordó que en algún momento salieron como bólidos a buscar amor del que se paga. Por su cabeza pasaban muchas imágenes, botellas de tequila, sexys en la mesa, toqueteo de tetas y nalgas, risas, más alcohol y más mariguana. Lo último que recordaba era que habían salido de ahí acompañados. “¡¿Acompañados?!”, pensó N en un instante y recordó vívidamente cómo habían propuesto a tres amables señoritas seguir de juerga en el departamento de Sodoma.

N trató de incorporarse del sillón cuando sintió dos manos en una de sus tetas.

—Es que las tienes muy bonitas—, espetó una voz femenina al tiempo que otro par se paseaba por sus piernas.

Luego una boca sobre la suya y alguien más quitándole el pantalón. Tres pares de manos y tres bocas abusaban de ella sin piedad en el sillón. Le recorrían la entrepierna, el trasero y el delantero, la tocaban sin piedad, tratando de saciar sus instintos, como mujeres vampiros que necesitan la sangre para vivir. Las bocas iban y venían. La obligaban a saborear el néctar de cada una de ellas. Sentía dedos dentro, luego lenguas, otra vez dedos. Se dio cuenta que estaba gimiendo, que todas estaban gimiendo. No sabía qué mano era de quién y tampoco qué sabor pertenecía a cuál. N se dio cuenta que jamás en su vida volvería a estar en esa gloriosa circunstancia. Quién habría previsto que en los albores matutinos un grupo de mujeres acabaría abusando de ella en una orgía femenina perfecta.

Poco a poco los gemidos fueron cediendo, los cuerpos se fueron separando y N fue despertando del sueño que era realidad.

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Sodoma

Todas las mujeres, incluida N, fueron colocando su ropa de a poco en su lugar mientras conversaban entre albures y risas. Una de ellas comentó la urgencia de llegar a su casa.

—Tengo que llevar a los niños a la escuela. ¿Nos das un ride, mamacita?—, le dijo a N con un tono coqueto y seductor.

N no pudo decirles que no, tenía la voluntad completamente debilitada. N y las mujeres salieron de Sodoma con los primeros rayos del Sol mientras comentaban lo difícil que era criar niños sanos en estos tiempos de locura.

—Una tiene que protegerlos, hay mucha gente loca en el mundo—, dijo una de ellas mientras el auto de N se enfilaba más allá de la Calzada.

 

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Ilustración: Lonera Mchuca. @deermargot

 

 

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