Desde Suiza con amor

Desde Suiza…
Cada cierto tiempo nace una nueva obra maestra en la literatura, el que obtenga este distintivo depende directamente de los lectores; conforme se va leyendo la publicidad de boca en boca, crece y convierte en mito a esos libros que acaparan las listas de lo mejor que se ha escrito en el Siglo XXI.
Hay listas especializadas y otras hechas con el corazón del lector. Y nombres recurrentes que aparecen en esos ranking es el del libro de El jilguero de Dona Tartt (de esa magnífica obra hablaré en próximas semanas), pero otro nombre que siempre aparece es el del suizo Joël Dicker, un escritor muy, pero muy joven (nació en 1985), que pronto cautivó a los lectores de todo el mundo y convenció a aquellos que gustan de hacer críticas mordaces y definir lo que debe tener un libro para ser considerado bueno.

Foto: Englishpen
Tres libros que lo llevan al top
Dicker ha entregado solamente tres novelas, y con eso le alcanza para estar en un top, no sólo de ventas, sino de lo mejor que se puede encontrar a la hora de ir por un buen libro. Con una pluma camaleónica, ha creado personajes únicos, que te harán querer saber más de ellos o que al menos aparezcan en nuevas entregas del escritor de Suiza; esos críticos han definido su prosa como una combinación entre Nabokov, Stieg Larsson y Philip Roth. Con esto pone en claro que a pesar de ser un creador de best seller, no está peleado con la calidad de sus obras.
Y hablemos justo de ellas, el primer libro que llegó a México de él, fue La verdad sobre el caso Harry Quebert, el cual es realmente su segunda novela, pero fue publicada primero. Aquí me cautivó, me regaló horas de diversión y a pesar de ser un extenso libro (de más de 600 páginas), sientes que se va como agua, está plagado de suspenso, de sobresaltos y emociones. Una novela que causó revuelo por tener una trama tan bien estructurada y que en lo personal me atrapó de inicio a fin y me dejó esa sensación de no querer que se acabe que te deja siempre un buen libro.
Infilmable
En su momento también se esperaba que las grandes productoras del cine se abalanzaran para hacerse de los derechos de este fenómeno editorial, pero debido a la complejidad del thriller, fue clasificado como “infilmable”, lo que le da un valor extra a este brillante libro.

La trama es tan rica, que puede ser considerada como una novela de detectives; policíaca o de amor; de valores de amistad. Habla hasta de correr y boxear, con un personaje complejo como protagonista de nombre Marcus Goldman, un escritor que se verá envuelto en un lío al encontrar el cadáver de una mujer en el jardín de su maestro literario Harry Quebert, por eso será culpado de su asesinato. El cadáver tiene un nombre, se trata de Nolla Kellergan, quien desapareció a sus quince años y durante 30 años no se supo de su paradero.
Sin entrar en detalles
Goldman comienza a investigar el caso como si fuera un detective profesional. Ahí recae el encanto de este libro maravilloso, en Goldman, un personaje entrañable que terminarás por querer hasta ser como él. Irá avanzando en las pistas en tres épocas, que son en los setenta y dos diferentes en el año dos mil. Irá avanzando, desbaratando toda una red de intrigas que te hará que quieras avanzar y avanzar adictivamente en las páginas, a mí me dejaba con la boca abierta a cada instante.
No se puede decir mucho más de esta novela, porque todo podría ser un spoiler. Tienes que leerlo, dudarás a cada paso, desconfiarás de personajes e incluso podrás hacer tu propia teoría de quién es el asesino en tu cabeza; yo hice la mía y estaba muy confiado en que tenía razón…y pues fallé por mucho.

Su primera pero segunda novela publicada
Y aunque su segunda novela que llegó a mis manos es realmente la primera que escribió, o al menos que le fue publicada en Europa, volví a leerlo con gran gusto. Se trata de Los últimos días de nuestros padres. Una novela ambientada en la Segunda Guerra Mundial, sobre un caso que parecía enterrado y olvidado. Habla de los servicios de inteligencia británicos que se dedicaban a sabotear al enemigo desde las entrañas de ellos.
Debo admitir que cuando tomé este libro estaba pasando por momentos sensibles en mi vida personal. Tal vez por eso lo sentí aún más cercano, y es que habla de los valores de la familia, sí, tiene el trasfondo de la guerra que es impresionante, pero los valores son lo que le dan vida a todo. La amistad, la familia, el coraje y el valor son lo que pulen a esta nueva joya de Dicker.
Lo volvió a hacer, casi me arranca lágrimas. Ah, y a la vez me emocionaba; personajes entrañables, únicos y bien estructurados, otra vez quería más y lamentablemente llega a su fin. Una historia diferente de la Guerra, en donde se relatan las atrocidades, pero se da un enfoque en el que el amor y la espera por la familia se convierten en los verdaderos protagonistas.
Su última novela
Finalmente, sacó su última novela la cual tituló El libro de los Baltimore. No es una continuación de Harry Quebert, sino todo lo contrario, es un flashback a la difícil infancia que vive Marcus Goldman, aquí entendemos mucho de su psicología y el cariño que le tomó a una familia que hasta cierto punto fue adoptiva, a pesar de que tenía a sus papás vivitos y coleando en casa. Aquí arma un libro íntimo, en el que se conoce a cada personaje, los tíos ricos, su anhelo de escribir, el ser juzgado, el enamorarse de su propia familia. Es una historia única.
También lo devoré, quiero más de Dicker, hasta ahora no ha dado pistas de lo que se viene, pero debo decir que el camino que lleva este joven autor va en el sentido correcto y se seguirá hablando mucho más de él debido a la gran calidad de sus letras y obras.

Óscar Beltrán ha trabajado en medios impresos y radiofónicos como reportero en las fuentes de cultura, policíaca y deportiva. Ahora se desempeña como editor en jefe de la aplicación para smartphone «Plans».
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El arte tiene la capacidad de sanar: Ismael Vargas

Con 60 años de carrera sobre sus hombros, el maestro Ismael Vargas aún se emociona con la idea de inspirar a otras y otros —los más jóvenes, principalmente— a replantearse el mundo que los rodea a partir de la contemplación y el contacto con el arte.
“Tengo la esperanza de que el arte sea capaz de distraerlos. O sea, tengo la ilusión de poder rescatar su atención”, dice en entrevista exclusiva para Siker.
Con ese propósito, el destacado pintor tapatío se embarcó en la preparación de una exposición retrospectiva, titulada La vida: Tiempo codificado en la que reunirá 25 obras realizadas en distintos momentos de su trayectoria como artista, y que será exhibida en la Universidad Panamericana Campus Guadalajara a partir del próximo martes 4 de noviembre.
Nacido en 1947 —cineasta, escritor, pintor y escultor—, Ismael Vargas encontró su vocación a los 13 años de edad, enamorado de las pinturas que se imprimían en las cajetillas de los cerillos con que su madre encendía la estufa.
Con la certeza inequívoca de que la pintura era el camino natural que le trazaba la vida, plasmó desde sus primeros lienzos las acumulaciones de objetos que atiborraban los puestos del mercado San Juan de Dios que visitaba de niño.
Sus obras están llenas de pequeñas palomas de barro, muñecas de cartón, trompos, canicas, mariposas y carritos de madera; acumulados de forma obsesiva como se acumulan las plegarias en las capillas o los Om en los monasterios. Una especie de vibración pictórica.
“Es una especie de mantra (…) Es una vibración. Cada vez que yo hago un cuadro, trato de que vibre”, dice y luego sostiene: “Ahora te puedo decir, 60 años después, que he comprobado que el arte tiene la capacidad de sanar a través de la contemplación”.
Iniciaste tu carrera a los 13 años, ¿cómo comenzó todo?
Por frustración. Yo quería ser torero. Y cuando me enfrenté a un becerro, salí corriendo, y supe que me gustaba ver los toros desde la barrera. Luego quise ser cantante de ópera y no canto ni las de Cri-Cri. Por entonces, tenía tiempo de coleccionar y recortar las portadas de los cerillos Clásicos de Lujo que traían reproducciones de pinturas. Y yo no tenía libros de arte, pero hice una especie de libro de arte al pegar todas estas cartitas en un cuaderno. Y entonces, le pregunté a mi papá que qué era eso, y me dijo: es un bastidor en donde se monta una tela y con pinceles y colores se pinta lo que tú quieras. Eso me pareció magnífico. Y le dije: ¿me ayuda a intentar hacer uno? Y me dijo: sí, hagámoslo. Entonces hicimos un bastidor, con un costal de azúcar, lo abrimos, y eso fue lo que montamos.
¿Y qué pintaste?
Bueno, la ignorancia es atrevida. Copié nada menos que Santa Ana, la Virgen y el Niño (de Leonardo da Vinci). Fue maravilloso; al estarlo haciendo, durante el tiempo que duré haciéndolo, me pareció mágico. Era indescriptible la sensación que estaba viviendo. No solo en el acto, sino después del acto de pintar, todo el tiempo que estuviese en contacto con la obra.
¿Qué te ocurría? ¿Una especie de abstracción del mundo?
No. Al contrario, al contrario. Era la sensación de sentirme integrado, yo que siempre me sentí desintegrado del mundo. Me sentía parte del universo cuando me ponía a pintar. Y entonces, simplemente dije: yo quiero hacer eso.
Claro, inmediatamente después, porque tengo ese carácter, pensé: ¿pero yo qué voy a hacer? Ya existe Leonardo da Vinci, Rembrandt, Van Gogh… Todos los artistas que admiro. ¿Y yo qué? Afortunadamente, una voz interior me dijo: No vas a competir, no son las olimpiadas. El arte no es saber quién llega primero o quién puede más, sino es hablar de las cosas que emocionan. Ninguno de ellos nació en una vecindad, cerca del mercado San Juan de Dios, como tú. Y entonces, eso me dio la base de mi trabajo.
¿Tu entorno? ¿Tu contexto específico?
Sí. Mi trabajo es la acumulación, tanto de la fruta, de las máscaras, de las muñecas de cartón, así, como en los mercados, que todo lo hacen en rumas. Yo no pinto una manzana ni un cántaro, sino miles. Y esa fue mi solución para trabajar.
Han pasado décadas y te ha tocado ver periodos muy interesantes de México y el mundo. ¿Hay algún periodo en el que estuvieras desarrollando tu obra y te sintieras especialmente interesado?
No, siempre he ido desfasado en el tiempo. Yo no voy con el tiempo en que vivo. Mi interés es hacer algo que te emocione y que te haga sentir bien cuando lo ves, nada más. Yo no tengo mensajes que mandar ni mucho menos mensajes políticos. Es simplemente hacer un jardín y mostrártelo para que lo contemples.
¿Se trata solo de la contemplación?
Sí. Ahora te puedo decir, 60 años después, que he comprobado que el arte tiene la capacidad de sanar a través de la contemplación.
¿Cómo exactamente?
Pues, contemplar una obra puede transformarte. Transformar tu estado de ánimo de manera que tus defensas te protejan de una enfermedad o te eliminen un malestar. No estoy hablando de medicina. Estoy hablando del alma y de las emociones, pero es físico también, es físico. Tu sistema inmunológico se fortalece al ver algo que te emociona. Por lo tanto, te alivia.
Tu obra es particularmente bella, colorida, alegre…
Obsesiva. Es una especie de mantra. Esa es la otra parte que cura. Es una vibración. Cada vez que yo hago un cuadro, trato de que vibre. Y nosotros somos vibración, nosotros somos polvo de estrellas. Las plantas son polvo de estrellas, las piedras son polvo de estrellas. Lo que nos diferencia es la vibración. Vibramos a diferentes velocidades y por eso las plantas son como son y nosotros como somos.
Cuando una obra es oscura o violenta, ¿actúa a la inversa?
No, no, no. También puede ser sanadora. La imagen no tiene que ver con lo que a ti te sucede. Es un espejo. Depende del espectador. No es importante lo que nos sucede, sino lo que hacemos con lo que nos sucede. Yo, por las características de mi educación y mi contexto, podría ser un asesino. Tengo el derecho de matar. Pero, preferí hacer un jardín.
Tienes una nueva exposición en puerta. ¿Cómo nació el proyecto?
Por una invitación de la Universidad Panamericana que está interesada en abrir un ala de la universidad para el arte. Me preguntaron que si me gustaría participar en una exposición y acepté.
¿Por qué te gustó la idea?
Por el contacto con la juventud, que no va a las galerías. Entonces, pues, si la montaña no viene a mí, yo voy a la montaña.
¿Cuál es el concepto de la exposición?
Es una especie de retrospectiva porque son piezas de distintas épocas: papeles, óleos, esculturas, todas las técnicas que he trabajado. Obras desde el (año) 72’ hasta obras contemporáneas, hechas el mes pasado.
Vamos a ver una línea de tiempo de 60 años de carrera…
Sí. Sesenta y dos años de carrera. Van a hacer falta algunas obras, de una etapa en que trabajaba piezas gigantescas.
¿Qué pasó con esas obras? He visto algunas y son impresionantes.
Tengo algunas, pero no hay espacio para exponerlas. Son obras monumentales de 12 metros.
Hablemos de los tiempos que corren. Me decías que los chicos no van a las galerías. Fue justamente eso lo que te interesó de esta nueva exposición; poder acercarte a los jóvenes con tu obra.
Sí, porque tengo la esperanza de que el arte sea capaz de distraerlos. O sea, tengo la ilusión de poder rescatar su atención.
Claro que está terrible, porque hace muchos años que nos están destruyendo, nos han hecho indiferentes, nos han estupidizado. Y si algo es importante es la curiosidad. Para que tú inventes un avión, tienes que tener la curiosidad de saber hacerlo que vuele y que no se te caiga.
En este caso, no me interesa que sean pintores. Lo que me interesa es que vean otra opción del mundo. Si una obra mía despierta su creatividad en el terreno que sea… a lo mejor no van a pintar, si no, van a manejar un aparato digital maravilloso que va a hacer algo holístico, qué sé yo.
Ese tipo de cosas ocurren con el arte…
Así es, exacto. En eso creo.
¿Hay planes a futuro con la exposición?
Sí, parece que estará en la Universidad (Panamericana Campus Guadalajara) hasta diciembre, y después se la van a llevar a la Ciudad de México y a algunos otros lugares.
¿Eso te emociona?
Sí. Por lo mismo. No me importa que no esté a la venta mi obra, que no me compren. Eso nunca me ha interesado. Me interesa la posibilidad de que a algún niño, a algún joven le cambie la vida.

Tendrá reestreno mundial la zarzuela El Orgullo de Jalisco en el Teatro Degollado

El próximo 14 de septiembre, el Teatro Degollado será escenario del reestreno mundial de la zarzuela El Orgullo de Jalisco, del compositor español Federico Moreno Torroba, con la presencia del tenor Plácido Domingo como invitado de honor.
La obra vuelve a los escenarios tras 78 años de su estreno en el Teatro Arbeu de la Ciudad de México.
La puesta en escena contará con la mezzosoprano Nancy Fabiola Herrera en el rol de Cristina —papel que en 1947 interpretó Pepita Embil, madre de Plácido Domingo— y con el barítono mexicano Luis Ledesma como Paco Aldana.
Ambos artistas han desarrollado una destacada trayectoria en escenarios internacionales como el Metropolitan Opera de Nueva York, la Royal Opera House de Londres, el Teatro alla Scala de Milán y el Teatro Colón de Buenos Aires.
Rescate patrimonial
Andrea Blanco Calderón, coordinadora General Estratégica de Desarrollo Social, explicó que el reestreno es un rescate patrimonial.
La partitura, con libreto de Antonio Guzmán Aguilera, se localizó en 2020 por Rooney Josué Hernández Villanueva, quien realizó la edición crítica. El full score se encontraba en poder de la familia de Moreno Torroba y fue cedido a la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE).
El secretario de Cultura, Gerardo Ascencio Rubio, destacó que “montar esta obra para nosotros, exactamente, 78 años después de su estreno y reestrenarla aquí en Guadalajara, donde no se presentó, realmente es un gusto, un honor y un aliciente para presentar a un público que tiene mucho tiempo y una larga tradición de gusto por el género de la zarzuela y por el género de la ópera en general”.
Plácido Domingo asistirá a la función
La producción reunirá a más de 130 artistas en escena, entre ellos 70 músicos de la Orquesta Sinfónica para la Escena de Jalisco y de la Orquesta Típica del Estado, 50 integrantes del Estudio de Ópera de Jalisco, el Coro del Estado y el Coro del Tec de Monterrey, todos bajo la dirección musical de Allen Vladimir Gómez Ruiz.
La dirección escénica estará a cargo de Leopoldo Falcón, conocido como “El Hombre Zarzuela de México”. La obra se presentará en tres actos que combinan la tradición española con aires populares mexicanos, en particular el son jalisciense.
Función especial
Plácido Domingo confirmó su asistencia como invitado de honor, en un evento que también representa un homenaje a la trayectoria de su madre. “El Orgullo de Jalisco” no figuraba hasta ahora en los catálogos internacionales de zarzuela, por lo que su reaparición en Guadalajara adquiere un carácter de rescate histórico y artístico.
La función está programada para el 14 de septiembre a las 18:00 horas en el Teatro Degollado. Los boletos están disponibles en Boletomovil.com y en taquillas del recinto, con precios que van de 50 a mil pesos.
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