Opinión
El saldo de abrazos, no balazos

Mayo fue el mes con más violencia en lo que va de 2022 con un total de 2 mil 472 víctimas de homicidio doloso. Desde 2020 no se habían rebasado el número mensual de homicidios.
El informe técnico de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana reporta que de enero a mayo se cometieron 10 mil 838 asesinatos en el País. En este mismo contexto, el presidente Andrés Manuel López Obrador realizó una gira por el norte del País para supervisar la construcción de las carreteras: Badiraguato-Parral, que conectarán el estado de Sinaloa y Chihuahua, y el Eje Interestatal, que unirá Durango-Culiacán.
En esta zona, donde se unen los estados de Sinaloa, Durango y Chihuahua, se caracteriza por tener una de las mayores concentraciones de cultivos de marihuana y amapola; y es conocida como el “Triángulo Dorado”, desde finales de la década de los 70 por el gobierno de Estados Unidos, en relación al “Triángulo Dorado Asiático”: Birmania, Laos y Tailandia, tres de los mayores productores de opio en el mundo.
Diversos analistas, hacen referencia a que la construcción de esta infraestructura vial, facilitaría la movilidad de grupos delincuenciales en esa zona (históricamente conocida por ser la cuna de distintos narcotraficantes) y lograría una mayor conexión para el trasiego de sustancias; sin embargo, el Presidente ha defendido que todas las comunidades deben tener acceso a una vida digna y a no ser estigmatizadas, en eso tiene razón.
Cabe destacar que la camioneta de la prensa que sigue las actividades del presidente López Obrador fue detenida en Badiraguato, Sinaloa, en la carretera que comunica con Guadalupe y Calvo, Chihuahua, por un convoy de 10 hombres que sujetaban armas largas tipo AK-47 (cuernos de chivo), quienes preguntaron al conductor a dónde se dirigían y si viajaban armados; al saber que la comitiva se dirigía al evento del Presidente, les dejaron pasar.
El Presidente fue cuestionado al día siguiente sobre este evento, a lo que respondió: “No pasa nada, no pasó nada afortunadamente”, minimizando el hecho de que civiles armados, presuntamente miembros del crimen organizado, controlan tramos carreteros en el País.
El Presidente le ha restado relevancia a este tipo de eventos y los ha normalizado, para él lo importante es que los cárteles se “porten bien”, desde la lógica que ha imperado en su gobierno, buscando que la moralidad sea la guía rectora, y al igual que con la corrupción a nivel discursivo, lo mismo con el narcotráfico, bajo la lógica de “abrazos, no balazos».
Sin embargo, “abrazos, no balazos” está muy lejos de ser una realidad, el sexenio de López Obrador pinta para ser el más violento de la historia en el País; la esperanza de una transformación, que en 2018 se nombraba con bombo y platillo en discursos, se ha visto diluida por la herencia de las prácticas sobre cómo ejercer el poder, entre el gobierno y el crimen organizado.
Por un lado, es entendible la búsqueda de no derramar más sangre, evitando confrontaciones entre fuerzas armadas y crimen organizado, pero por otro, siguen ocurriendo homicidios, masacres, desapariciones y una serie de delitos que laceran día con día nuestro País. Parece que más allá de transformar, la estrategia es la misma que cuando gobernaba el PRI: administrar el poder (no importa a costa de qué y con quién) para continuar con el proyecto de nación, como lo hemos visto con el Tren Maya, la Guardia Nacional, Dos Bocas, AIFA, entre otros ejes prioritarios de la actual administración.
Para transformar una realidad, lo primero que se tiene que hacer es reconocerla tal cual es, de lo contrario, se llevarían a cabo acciones superficiales, de poca trascendencia y la realidad probablemente cambiaría de forma, más no de fondo, así como cuando cambian las administraciones y solo cambia el color, pero se mantienen las mismas prácticas; en el caso de la 4T, de manera superficial se cambió la práctica de enfrentamiento contra el narcotráfico, pero de fondo, se sigue militarizando al País bajo la Guardia Nacional y se administra el poder, ese poder que desde hace décadas mantiene hilos entre el crimen organizado y las instituciones públicas.
Nos leemos la siguiente semana con mejores noticias y recuerda luchar, luchar siempre, pero siempre luchar, desde espacios más informados, que construyen realidades menos desiguales y pacíficas.
Sobre el autor
Luis Sánchez Pérez es doctorante y maestro en Políticas y Seguridad Públicas en IEXE Universidad, abogado por la Universidad de Guadalajara. Profesor de asignatura en la Universidad de Guadalajara y en la Universidad Enrique Díaz de León. Investigador de medios de comunicación y participación ciudadana en el Laboratorio de Innovación Democrática. Colaborador semanal en Milenio, El Occidental y El Semanario.
Opinión
Ojo, así se roban tus datos personales

Estimado lector, para mí es un privilegio volver a escribir estas líneas luego de una muy larga ausencia. Sin embargo volveremos a encontrarnos en esta columna cada quincena, analizando los temas de actualidad relacionados con la protección de nuestros datos personales y la privacidad que acontecen tanto en nuestro País como en el mundo.
Evidentemente no podemos dejar de comentar lo sucedido en días pasados en Guadalajara, donde existía -y seguramente siguen existiendo- un call center debidamente instalado para llevar a cabo extorsiones que se extendían no solo al resto de Jalisco, sino hasta a otros veinte estados más de nuestra República, afectando a más de 26 mil personas con llamadas fraudulentas y extorsiones.
Afortunadamente se desmanteló y según declaraciones oficiales se están realizando colaboraciones con instituciones de las demás entidades afectadas, para descubrir a todas las víctimas y por supuesto, invitarlas a denunciar, lo que resulta en una tarea titánica para las autoridades; pero al parecer no lo fue para aquellos cuyo modus vivendi consistía en realizar este tipo de nada honrosas actividades.
Datos personales de los afectados
En ese sentido caben muchas reflexiones, pero la primera es preguntarnos de dónde obtenían la materia prima, es decir, los datos personales de aquellos afectados. Aunque las respuestas pueden variar, quiero que centremos nuestra atención en dos fuentes principales.
La primera y la originaria por excelencia siempre seremos, desafortunadamente, Usted y yo, querido lector. Es decir, nosotros como titulares, dueños de esos datos personales que elegimos, muchas veces sin pararnos a reflexionar en ello, a quién, cómo y para qué le compartimos esta importantísima información.
Y digo que muchas veces sin reflexionarlo lo suficiente, porque participamos a otras personas de manera voluntaria, para poder obtener un bien o servicio; para pedir nuestros alimentos cuando no tenemos tiempo de prepararlos en casa; al inscribirnos a un curso o a nuestros hijos a la escuela, por citar ejemplos cotidianos. Pero también lo hacemos de manera involuntaria, por ejemplo cuando descargamos aplicaciones en nuestro teléfono inteligente o tableta y compartimos datos que no son necesarios; cuando somos poco discretos en una conversación o bien, ¿cuántas veces no hemos tirado a la basura documentación que contiene nuestro nombre u otros datos más sensibles, como nuestra CLABE interbancaria? Seguramente, muchas veces.
Ignoramos el valor de nuestros datos
La segunda causa de obtención de esta información es por medio de aquellos que manejan datos personales, es decir, los responsables si son particulares, o bien los sujetos obligados de orden público. Según me ha tocado atestiguar, parece que cuando la información no nos pertenece, dejamos de tener cuidado en su manejo. Se despersonaliza y solo vemos números, estadísticas, pero olvidamos que detrás de esas cifras, direcciones o palabras, se encuentra una persona que puede verse perjudicada por nuestro descuido de custodia de la información durante el ciclo de vida de los datos personales.
En fin, aunque difícilmente sabremos cómo se obtuvo esa información, es una realidad que decenas de miles de personas se vieron seriamente perjudicadas no solo en su patrimonio, sino muy seguramente hasta en su tranquilidad diaria, por este tipo de acciones ilegales. La invitación es a que le demos la importancia debida a esta información que es tan importante. La que nada más y nada menos, nos hace únicos y nos permite interactuar con el resto de quienes nos rodean. Si tenemos conciencia de la importancia de nuestros datos personales, seguramente nos daremos cuenta de la relevancia que también tiene la información relativa a otras personas.
La tarea primordial
En un entorno tan cambiante como el que vive nuestro mundo y especialmente, nuestro Estado de Derecho, la tarea primordial con la que contamos es velar porque nuestros derechos a la protección de datos personales y la privacidad no sean violentados y es más, que puedan ser garantizados, sobre todo ante la inminente desaparición de los Órganos Garantes en la materia, de lo que hablaremos en nuestra próxima entrega.
Sobre la autora
Ana Olvera es profesora investigadora de tiempo completo en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, con intereses en privacidad, bioética y neuroderechos.
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Opinión
La extinción de los institutos de transparencia: ¿falta de empatía o indiferencia?

A veces, hablar de datos personales, de su protección y nuestra privacidad, resulta sumamente abstracto. Aunque incluso trabajemos con ellos, pensemos en la recepcionista de un consultorio médico o el propio profesional de la salud. O en la persona a la que le pedimos la pizza o la comida que consumiremos en ese momento.
Ahora pensemos en las veces que entramos a ciertas redes sociales, como X, Facebook o LinkedIn y encontramos explicaciones acerca de lo importante que es proteger nuestros datos personales, o bien, explicaciones de las resoluciones (que a veces se adjuntan completas) y que más bien, parecen para un público un poco más especializado, que tal vez no seremos nosotros -que solo buscamos un momento de distracción-. En no pocas ocasiones, este tipo de situaciones pasan desapercibidas hasta que somos víctimas de robo de identidad, alguna extorsión o una estafa.
En este sentido cabe preguntarnos al menos dos cosas. La primera, la razón por la que optamos por la indiferencia ante la violación de la privacidad, que se arraiga en una compleja red de factores. La omnipresencia de la tecnología ha normalizado la vigilancia, desensibilizando a muchos ante la vulneración de sus datos personales. La complejidad de las políticas de privacidad y los algoritmos opacos genera una sensación de impotencia, alimentando la resignación. Además, la gratificación inmediata de los servicios digitales y la falta de consecuencias tangibles de la pérdida de privacidad fomentan una actitud apática e incluso, indolente. A esto se suma la polarización social, que fragmenta la empatía y dificulta la acción colectiva en defensa de un derecho fundamental.
La falta de involucramiento nos aísla de nuestra comunidad. Nos desconectamos de los problemas que nos afectan a todos, como la pobreza, la desigualdad, la violencia, la inseguridad y el cambio climático. Nos volvemos indiferentes al sufrimiento de los demás, perdiendo nuestra capacidad de empatía y solidaridad.
Pero la segunda es igualmente preocupante. ¿Qué pasó con el trabajo de los organismos garantes? ¿Fue acaso incapacidad de transmitir e incluso educar al pueblo mexicano? ¿De “conectar”, empatizar? Por que los festivales, las fotos, los congresos o simposios, salvo muy honrosas excepciones, siempre iban dirigidos a cualquier público distinto a lo que han dado por llamar “el ciudadano de a pie”. O como dirían los políticos en este momento histórico, “el pueblo bueno”, ese que difícilmente, con la pobre comunicación de los “expertos” y además con pocos recursos a la mano, comprendió la importancia de un andamiaje institucional como el que logró crearse en materia de transparencia y protección de datos personales. Tal vez eso explique la indiferencia en su defensa.
No cabe duda que asistimos y en gran mayoría, las y los mexicanos solo estamos meramente atestiguando los cambios estructurales que nuestro país esta viviendo. En ese sentido, claro que vivimos una transformación. No sé cuál. Pero bien haríamos en hacer a un lado esa indiferencia, para al menos intentar entender cómo afectarán al ejercicio y garantía de nuestros derechos fundamentales.
No involucrarse en la vida del país también tiene un costo personal. Cuando nos alejamos de los asuntos públicos, renunciamos a nuestro derecho a ser escuchados y a contribuir al bienestar de nuestra sociedad. Nos convertimos en meros espectadores de nuestro propio destino, sin voz ni voto. En un mundo cada vez más interconectado, los problemas que enfrentamos son complejos y requieren soluciones colectivas. La participación ciudadana es esencial para construir un futuro más justo, próspero y sostenible para todos. No podemos permitirnos el lujo de la indiferencia.
Es hora de despertar de la apatía y asumir nuestra responsabilidad como mexicanos. Involucrémonos en los asuntos públicos, hagamos oír nuestra voz, exijamos transparencia y rendición de cuentas. Solo así podremos construir el país que queremos y merecemos.
Sobre la autora
Ana Olvera es profesora investigadora de tiempo completo en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, con intereses en privacidad, bioética y neuroderechos.
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