Opinión
Los que van por Guadalajara

La candidatura por Guadalajara es ahora la joya más preciada entre las y los políticos que aspiran por un futuro prometedor rumbo a las elecciones por la gubernatura de Jalisco en 2030.
La competencia por la capital del estado será de los más interesante en los próximos días, principalmente entre los dos partidos dominantes: Movimiento Ciudadano y Morena.
Primero, presentaré el escenario dentro del partido naranja, ahí, el actual alcalde de Tlajomulco, Salvador Zamora, y la senadora Verónica Delgadillo parecen estar compitiendo fuerte y no se vislumbra que alguien más tenga posibilidades entre los emecistas.
Y digo parece porque da la impresión que el tema está resuelto y que el abanderado naranja por la alcaldía será Zamora, lo digo por ciertas señales que llamaron la atención en días pasados; primero, el gobernador Enrique Alfaro publicó una fotografía, el pasado 28 de octubre, donde se le ve feliz en una reunión informal, viendo en una laptop el partido Real Madrid contra Barcelona, con Pablo Lemus y Salvador Zamora.
Segundo, el discurso de Lemus durante su inscripción como precandidato único a la gubernatura de Jalisco por Movimiento Ciudadano. En su intervención, el alcalde de Guadalajara con licencia dijo que junto con Zamora “construirán muy cercanamente este proyecto político” y luego remarcó “muy cercanamente”. Incluso, en las fotografías de ese evento pudo vérseles juntos, literalmente el uno al lado del otro, mientras que a Delgadillo se le observó menos cercana.
A esto hay que sumar que Zamora tiene un indiscutible primer lugar en las encuestas por la Perla Tapatía y sus años de experiencia como alcalde en Tlajomulco, mientras que Delgadillo nunca ha gobernado.
Ustedes, dirán: ¿y la paridad?
La ley obliga que en los 20 municipios con mayor población habrá al menos 10 planillas encabezadas por mujeres y se obliga a postular a candidatas mujer en la mitad de los municipios con mayor población y de mayor competitividad de cada partido político.
Lo que implica que en esos 20 municipios es dónde cada partido decidirá dónde pone mujer y dónde pone hombre, pero cumpliendo con estas reglas.
Por lo que Verónica Delgadillo podría ser la precandidata naranja por Tlajomulco. Esto lo sabremos en los próximos días, ya que del 16 al 19 de noviembre se llevará a cabo el registro para los aspirantes de Movimiento Ciudadano por Guadalajara.
Ahora es turno de presentar el escenario en Morena, donde este proceso de selección de candidato por Guadalajara tiene más tiempo para desarrollarse.
Aquí podemos identificar dos grupos: los que han trabajado por el municipio o en el municipio, y los que creen tener los atributos suficientes por su posición dentro de Morena.
En el primer grupo voy a destacar el trabajo realizado por el regidor Salvador Hernández, quien ha logrado una buena relación con los locatarios de los mercados tapatíos. Él ya levantó la mano y ha hecho pública su aspiración, igual que la regidora tapatía Mariana Fernández.
El segundo grupo, lo dividiré, entre los Marcelistas y los leales a Claudia Sheinbaum, coordinadora de los comités de defensa de la Cuarta Transformación.
Entre los Marcelistas, que todavía no saben si se quedarán en el partido o acompañarán al ex canciller Ebrard por otro camino, se encuentran el regidor de Zapopan, Alberto Uribe, y el diputado Favio Castellanos.
El más adelantado en promoción es Castellanos; en las calles de la Perla Tapatía han aparecido varias lonas con la frase: “Favio Castellanos, cásate conmigo. Atentamente: Guadalajara”.
En el grupo de los leales a Sheinbaum están como aspirantes la diputada María Padilla y quienes pierdan la encuesta de Morena por la candidatura a la gubernatura de Jalisco, probablemente José María “Chema” Martínez o Claudia Delgadillo.
Opinión
Ojo, así se roban tus datos personales

Estimado lector, para mí es un privilegio volver a escribir estas líneas luego de una muy larga ausencia. Sin embargo volveremos a encontrarnos en esta columna cada quincena, analizando los temas de actualidad relacionados con la protección de nuestros datos personales y la privacidad que acontecen tanto en nuestro País como en el mundo.
Evidentemente no podemos dejar de comentar lo sucedido en días pasados en Guadalajara, donde existía -y seguramente siguen existiendo- un call center debidamente instalado para llevar a cabo extorsiones que se extendían no solo al resto de Jalisco, sino hasta a otros veinte estados más de nuestra República, afectando a más de 26 mil personas con llamadas fraudulentas y extorsiones.
Afortunadamente se desmanteló y según declaraciones oficiales se están realizando colaboraciones con instituciones de las demás entidades afectadas, para descubrir a todas las víctimas y por supuesto, invitarlas a denunciar, lo que resulta en una tarea titánica para las autoridades; pero al parecer no lo fue para aquellos cuyo modus vivendi consistía en realizar este tipo de nada honrosas actividades.
Datos personales de los afectados
En ese sentido caben muchas reflexiones, pero la primera es preguntarnos de dónde obtenían la materia prima, es decir, los datos personales de aquellos afectados. Aunque las respuestas pueden variar, quiero que centremos nuestra atención en dos fuentes principales.
La primera y la originaria por excelencia siempre seremos, desafortunadamente, Usted y yo, querido lector. Es decir, nosotros como titulares, dueños de esos datos personales que elegimos, muchas veces sin pararnos a reflexionar en ello, a quién, cómo y para qué le compartimos esta importantísima información.
Y digo que muchas veces sin reflexionarlo lo suficiente, porque participamos a otras personas de manera voluntaria, para poder obtener un bien o servicio; para pedir nuestros alimentos cuando no tenemos tiempo de prepararlos en casa; al inscribirnos a un curso o a nuestros hijos a la escuela, por citar ejemplos cotidianos. Pero también lo hacemos de manera involuntaria, por ejemplo cuando descargamos aplicaciones en nuestro teléfono inteligente o tableta y compartimos datos que no son necesarios; cuando somos poco discretos en una conversación o bien, ¿cuántas veces no hemos tirado a la basura documentación que contiene nuestro nombre u otros datos más sensibles, como nuestra CLABE interbancaria? Seguramente, muchas veces.
Ignoramos el valor de nuestros datos
La segunda causa de obtención de esta información es por medio de aquellos que manejan datos personales, es decir, los responsables si son particulares, o bien los sujetos obligados de orden público. Según me ha tocado atestiguar, parece que cuando la información no nos pertenece, dejamos de tener cuidado en su manejo. Se despersonaliza y solo vemos números, estadísticas, pero olvidamos que detrás de esas cifras, direcciones o palabras, se encuentra una persona que puede verse perjudicada por nuestro descuido de custodia de la información durante el ciclo de vida de los datos personales.
En fin, aunque difícilmente sabremos cómo se obtuvo esa información, es una realidad que decenas de miles de personas se vieron seriamente perjudicadas no solo en su patrimonio, sino muy seguramente hasta en su tranquilidad diaria, por este tipo de acciones ilegales. La invitación es a que le demos la importancia debida a esta información que es tan importante. La que nada más y nada menos, nos hace únicos y nos permite interactuar con el resto de quienes nos rodean. Si tenemos conciencia de la importancia de nuestros datos personales, seguramente nos daremos cuenta de la relevancia que también tiene la información relativa a otras personas.
La tarea primordial
En un entorno tan cambiante como el que vive nuestro mundo y especialmente, nuestro Estado de Derecho, la tarea primordial con la que contamos es velar porque nuestros derechos a la protección de datos personales y la privacidad no sean violentados y es más, que puedan ser garantizados, sobre todo ante la inminente desaparición de los Órganos Garantes en la materia, de lo que hablaremos en nuestra próxima entrega.
Sobre la autora
Ana Olvera es profesora investigadora de tiempo completo en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, con intereses en privacidad, bioética y neuroderechos.
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Opinión
La extinción de los institutos de transparencia: ¿falta de empatía o indiferencia?

A veces, hablar de datos personales, de su protección y nuestra privacidad, resulta sumamente abstracto. Aunque incluso trabajemos con ellos, pensemos en la recepcionista de un consultorio médico o el propio profesional de la salud. O en la persona a la que le pedimos la pizza o la comida que consumiremos en ese momento.
Ahora pensemos en las veces que entramos a ciertas redes sociales, como X, Facebook o LinkedIn y encontramos explicaciones acerca de lo importante que es proteger nuestros datos personales, o bien, explicaciones de las resoluciones (que a veces se adjuntan completas) y que más bien, parecen para un público un poco más especializado, que tal vez no seremos nosotros -que solo buscamos un momento de distracción-. En no pocas ocasiones, este tipo de situaciones pasan desapercibidas hasta que somos víctimas de robo de identidad, alguna extorsión o una estafa.
En este sentido cabe preguntarnos al menos dos cosas. La primera, la razón por la que optamos por la indiferencia ante la violación de la privacidad, que se arraiga en una compleja red de factores. La omnipresencia de la tecnología ha normalizado la vigilancia, desensibilizando a muchos ante la vulneración de sus datos personales. La complejidad de las políticas de privacidad y los algoritmos opacos genera una sensación de impotencia, alimentando la resignación. Además, la gratificación inmediata de los servicios digitales y la falta de consecuencias tangibles de la pérdida de privacidad fomentan una actitud apática e incluso, indolente. A esto se suma la polarización social, que fragmenta la empatía y dificulta la acción colectiva en defensa de un derecho fundamental.
La falta de involucramiento nos aísla de nuestra comunidad. Nos desconectamos de los problemas que nos afectan a todos, como la pobreza, la desigualdad, la violencia, la inseguridad y el cambio climático. Nos volvemos indiferentes al sufrimiento de los demás, perdiendo nuestra capacidad de empatía y solidaridad.
Pero la segunda es igualmente preocupante. ¿Qué pasó con el trabajo de los organismos garantes? ¿Fue acaso incapacidad de transmitir e incluso educar al pueblo mexicano? ¿De “conectar”, empatizar? Por que los festivales, las fotos, los congresos o simposios, salvo muy honrosas excepciones, siempre iban dirigidos a cualquier público distinto a lo que han dado por llamar “el ciudadano de a pie”. O como dirían los políticos en este momento histórico, “el pueblo bueno”, ese que difícilmente, con la pobre comunicación de los “expertos” y además con pocos recursos a la mano, comprendió la importancia de un andamiaje institucional como el que logró crearse en materia de transparencia y protección de datos personales. Tal vez eso explique la indiferencia en su defensa.
No cabe duda que asistimos y en gran mayoría, las y los mexicanos solo estamos meramente atestiguando los cambios estructurales que nuestro país esta viviendo. En ese sentido, claro que vivimos una transformación. No sé cuál. Pero bien haríamos en hacer a un lado esa indiferencia, para al menos intentar entender cómo afectarán al ejercicio y garantía de nuestros derechos fundamentales.
No involucrarse en la vida del país también tiene un costo personal. Cuando nos alejamos de los asuntos públicos, renunciamos a nuestro derecho a ser escuchados y a contribuir al bienestar de nuestra sociedad. Nos convertimos en meros espectadores de nuestro propio destino, sin voz ni voto. En un mundo cada vez más interconectado, los problemas que enfrentamos son complejos y requieren soluciones colectivas. La participación ciudadana es esencial para construir un futuro más justo, próspero y sostenible para todos. No podemos permitirnos el lujo de la indiferencia.
Es hora de despertar de la apatía y asumir nuestra responsabilidad como mexicanos. Involucrémonos en los asuntos públicos, hagamos oír nuestra voz, exijamos transparencia y rendición de cuentas. Solo así podremos construir el país que queremos y merecemos.
Sobre la autora
Ana Olvera es profesora investigadora de tiempo completo en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, con intereses en privacidad, bioética y neuroderechos.
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