Opinión

Muchos balazos y pocos abrazos

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Desde que comenzó la actual administración, la política de seguridad del Presidente Andrés Manuel López Obrador fue muy cuestionada, el mensaje inicial de “abrazos, no balazos” era interesante, ya que de alguna manera, desde la narrativa cambiaba la estrategia de los últimos dos sexenios, en los que fuimos testigos de una innumerable serie de violaciones a los derechos humanos y la violencia alcanzó los niveles más altos de la historia. El sexenio de Felipe Calderón estuvo marcado por el papel de las fuerzas armadas en labores de seguridad, desapariciones, homicidios, balaceras, entre otros tantos hechos que sangraron al País, posteriormente, con Enrique Peña Nieto, la estrategia de seguridad no cambió y la violencia aumentó. Esta fue la antesala del triunfo de Morena en 2018, el discurso esperanzador de López Obrador sobre una cuarta transformación, logró convencer a más del 53 por ciento de los votantes, quienes le dieron su confianza para gobernar el País; sin embargo, pareciera que todo quedó solo en eso, una narrativa…

Hace tres años, el Gobierno de México liberó a Ovidio Guzmán, hijo del narcotraficante Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera, después de que el grupo criminal de “Los Chapitos” doblara al Estado Mexicano, que terminó cediendo ante las amenazas del crimen organizado, de que si no liberaban a su líder, se atentaría contra la población civil y generarían una masacre, contra militares y sus familias. El “Culiacanazo” dejó ocho fallecidos y 19 heridos, sin que a la fecha haya responsables por esos hechos que durante cinco horas provocaron que mujeres, niños, estudiantes y familias enteras se refugiaban en oficinas, colegios, negocios, locales, plazas y donde se pudiera para resguardar la vida de los actos terroristas que cometió el crimen organizado con la intención de liberar a uno de sus principales cabecillas, y lo lograron.

Sin duda, una decisión difícil de tomar: liberar a un capo y cuidar a la población o hacer valer el Estado de Derecho al costo que fuese, aunque esto implicase la vida de civiles inocentes; AMLO optó por la primera opción, bajo el argumento de no querer un baño de sangre y evitar una masacre, tal como lo prometió en campaña:

“Cuando triunfe Morena en el 2018 no habrá masacres en México, se va a terminar con la guerra”, afirmó en un mitín en Huixquilucan, Estado de México, durante 2017. Sin embargo, según datos de la ONG “Causa Común”, México ha registrado en promedio 17 atrocidades diarias en lo que va de 2022, un incremento del 13 por ciento en comparación con el mismo periodo de 2021.

“De enero a agosto de 2022, se registraron al menos 342 masacres; 1,144 casos de tortura; 562 casos de mutilación, descuartizamiento y destrucción de cadáveres; 525 asesinatos de mujeres con crueldad extrema; y al menos 247 asesinatos de niñas, niños y adolescentes”, detalló la organización a través de un comunicado. Además, Causa Común destacó que 2022 se ha convertido en el año con más asesinatos de periodistas en México en lo va del siglo, con al menos 18 casos. Un panorama completamente opuesto a la narrativa de “abrazos no balazos”, pero no solo en cuestión de cifras, también la promesa de regresar al ejército quedó en mera narrativa, cuando la mayoría de Morena en el Poder Legislativo dio luz verde para ampliar el plazo de la presencia de las fuerzas armadas en las calles…

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Si a esto le sumamos los recientes hechos violentos de Octubre, como en San Miguel Totolapan, con un saldo de 20 muertos tras un ataque armado, el asesinato de la diputada Gabriela Marín en Morelos y el ataque a un Bar de Irapuato, con un saldo de 12 personas asesinadas, es una nueva confirmación de que hay muchos balazos y pocos abrazos; sin embargo más allá de señalar lo evidente, la pregunta ya no es ¿a dónde nos dirigimos con esta estrategia? sino ¿qué estrategia debemos seguir para evitar continuar?

La militarización del País se gestó bajo el argumento de la falta de capacidad de los cuerpos policiales para hacerle frente al crimen organizado: sin embargo, el gobierno ha olvidado trabajar en la parte central: la prevención de la violencia. Por prevención de la violencia debemos entender el trabajo desde las comunidades, atendiendo realmente las causas y no llenando de militares todo el país; los programas de desarrollo y apoyo en las comunidades, volver a generar espacios seguros de convivencia en los entornos más próximos, la familia, la cuadra, la manzana, la colonia.

La famosa reconstrucción del tejido social, implica necesariamente un trabajo desde, con y para la comunidad. No basta generar oportunidades a través de programas sociales como lo hace la actual administración, se tiene que construir un andamiaje que los sostenga y atienda los trabajos que se hacen en la comunidad, pero no solo con voluntad, sino con inversión económica, ya que una cultura de paz, en este caso, una política de paz, no será más que una narrativa, similar a la que nos platicaron en campaña durante 2018…

Nos leemos la siguiente semana con mejores noticias y recuerda luchar, luchar siempre, pero siempre luchar, desde espacios más informados, que construyen realidades menos desiguales y pacíficas.

 

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Sobre el autor
Luis Sánchez Pérez es doctorante y maestro en Políticas y Seguridad Públicas en IEXE Universidad, abogado por la Universidad de Guadalajara. Profesor de asignatura en la Universidad de Guadalajara y en la Universidad Enrique Díaz de León. Investigador de medios de comunicación y participación ciudadana en el Laboratorio de Innovación Democrática. Colaborador semanal en Milenio, El Occidental y El Semanario.

 

 

 

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