Ciudad Erótica

La Lengua

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A S lo conocí hace como un año. Estaba sentada en la barra de un bar tomando un negroni después de un día de trabajo. Yo no estaba sola, había un par de amigos conmigo.

A S lo había visto algunas veces, era novio de una conocida mía, pero me llamo la atención desde el principio. No era mi tipo, pero tenía algo que me parecía interesante en su personalidad. Eso y un cuerpo hermoso y brutal.

Era físicamente bastante más grande que cualquier hombre con el que yo hubiera estado y tenía tatuajes en los brazos.

Comenzó a hablar conmigo de la nada, a preguntarme detalles sobre la plática que había escuchado de rebote. Esa noche me pidió mi teléfono y directamente me dijo que quería verme.

Comenzó a decirme que le gustaba mi piel, el color de mis ojos y mis piernas. Esa noche le dije que no, pero más adelante cedí.

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Me gustaba su olor y su boca…

Nos volvimos a encontrar un par de días después. Pasaron algunas horas hasta que decidí invitarlo a mi casa.

Seguimos bebiendo un poco, después se acercó con un abrazo y me besó. Me gustaba su olor y su boca. Su cuerpo era una escultura.

No soy ese tipo de mujeres que busqué eso, pero ahí lo tenía frente a mí: el abdomen y las nalgas más perfectas que he visto y sentido en mi vida.

Nos movimos rápidamente a mi habitación y de pronto yo estaba tirada en la cama con las piernas abiertas. Comencé a sentir su lengua en mi entrepierna y lo que siguió haciendo se convirtió en el mejor sexo oral que he recibido jamás.

Su cabeza estaba clavada en mi centro, su boca bien abierta y su lengua se movía a ritmos diferentes. El compás que llevaba ayudaba a aumentar mi placer.

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Con una de sus manos jugaba en mi interior y con la otra tocaba mis muslos y mis nalgas. Yo solo podía tocar su cabeza y una parte de su espalda, podía sentir sus músculos tensos y un leve sudor en sus hombros.

 

Un ardor delicioso

Su olor se intensificó a medida que el tiempo pasaba. Mis fosas nasales se inundaban con un aroma sexual. Comencé a sentir un ardor delicioso dentro de mi.

Mi clítoris estaba feliz, mi pequeño capullo crecía y disfrutaba de la dulce sensación de la lengua húmeda y tibia sobre él. Iba y venía, tocaba y se iba, no quería dejarla ir, quería que se quedara ahí.

El ardor se hizo más fuerte y podía sentir cómo mis entrañas se contraían a través de pequeños espasmos. Mis caderas sentían esa fuerza también y comenzaron a mecerse más rápido.

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Quería meterlo dentro de mí, todo, completo. Mis pechos se expandían a cada contoneo y casi podía ver como mi cara se enrojecía, sentía ese calor perfecto recorriendo todo mi cuerpo.

No podía más, le gritaba que no parara de tocarme, estaba a punto de explotar. Qué divino es el orgasmo, ese es el verdadero contacto con Dios.

Cuando me convulsioné por completo S se separó despacio de mi, siguió besando mis muslos y no dejó de acariciarme hasta un rato después. Mi boca sonreía de forma estúpida.

 

Regresó…

S no se fue a dormir esa noche a su casa y, para mi fortuna, repetimos el ritual por la mañana, pero esta vez no terminó en un solo orgasmo.

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Nos montamos mutuamente como viejos amantes, nos tocamos, olimos, mordimos y exploramos.

No dejamos ni un pedacito sin recorrer, conocimos toda nuestra piel. Así pasamos varios meses, entre encuentros fugaces y amaneceres intensos, todos ellos llenos de placer.

Con el paso del tiempo, S, comenzó a alejarse de mí y un día se fue como llegó: de pronto y de manera repentina. Nada es para siempre, dicen, todo es efímero.

Así es como recuerdo a S, como un momento de éxtasis y el efímero orgasmo que me daba su boca.

 

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Etiquetas:      Sexo       Erotismo

 

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